MASLEIDOS

viernes, 27 de junio de 2014

Mi disque ensayo sobre mediocridad, aspiración y ambición.



Sin ponernos técnicos, se entiende por persona mediocre a aquella que no tiene mayores aspiraciones  en la vida y deja todo “mal y a medio camino”, le cuesta emprender (y aún mucho más finalizar) cualquier acción que implique algún grado de compromiso personal, por mínima que parezca.  Se entiende por persona con aspiraciones, a aquella que lucha por conseguir “algo más allá de lo que tiene”.  Y finalmente, se entiende por persona ambiciosa a la que “daría cualquier cosa por tener algo más allá de lo que tiene”. 

En Panamá todos estamos bien familiarizados con la mediocridad, desde nuestras autoridades hasta las empleadas domésticas básicamente.  Incluyendo a profesionales de toda índole, religiosos, artistas, deportistas, músicos y comerciantes.  De hecho, el juega vivo es producto de esa mediocridad, y también la causa.  Y en Panamá ha alcanzado niveles epidémicos, igual o mayores al dengue.  Pero hablar de eso, es llover sobre mojado.
Hablemos mejor de cierto enredo de nuestra clase media, relacionado a confundir  los términos  “aspirar” y “ambicionar”.  Llevo poco más de una década desenvolviéndome en sectores financieros de cierto perfil, donde la competitividad a veces raya en lo absurdo. Lugares en los que se promociona la ambición como si fuera algo saludable, llegando a tildar de mediocre al que aspira sin ambicionar.  Todo envuelto en cierto canibalismo surrealista, por no decir ridículo,  de gente destazándose a tripa suelta, por un par de reales de diferencia.  Mientras un tercero se enriquece desproporcionadamente, a cuesta del empobrecimiento de la calidad de vida y sanidad mental de estos infelices.  No sé qué tan conscientes sean de ello, pero, de cualquier forma parece no importarles.  Algunos les llaman “liderazgo”, otros “competitividad”, para mí es sólo ¡Mala vida!
¿Se puede aspirar sin ambicionar,  y sin ser considerado mediocre?  Yo diría que sí, pero tal parece que el término aspirar se ha quedado en los practicantes o aspirantes, y los profesionales nos debatimos entre ser mediocres o ambiciosos.   Y en el medio de estos dos polos, donde supuestamente debería vivir la aspiración, hay un saco lleno de hipertensión, úlceras, impotencia, matrimonios destruidos, alcoholismo, desviaciones sexuales, drogadicción y éxito modernista. ¿Pero qué diferencia la aspiración de la ambición?  Diría yo que la intensidad del deseo, y la veracidad de nuestras expectativas. Para ser veraces en nuestras propias expectativas, hay que conocerse y aceptarse a uno mismo.  La irrealidad de las expectativas, nacen en su mayoría de vivir sueños ajenos, y de un vacío en el ser interior. 
Por otro lado, en el ambicioso “el deseo de tener” es tal, que no le importa perder lo que sea en su afán de obtenerlo.   Y como sus expectativas son tan irreales (eventualmente imposibles) en el proceso termina perdiendo mucho más de lo que invirtió.  Por eso siempre se siente vacío y jamás deja de ambicionar.  Como aquel dibujo animado que trepa ávidamente por una escalera, mientras los peldaños que rebasa se destruyen a su paso. Cuando por fin llega a la cima, se da cuenta que lo ha perdido todo.  O como aquella persona que intenta desesperadamente llenar un saco roto en el fondo (la personalidad del ambicioso) Nunca lo llenará, y mientras más le eche, más lo perfora.  El ambicioso es un ganador pírrico, o dicho de otro modo, un perdedor demasiado estoico.   
Uno puede aspirar a una vida de paz, serenidad, tranquilidad y equilibrio.  Pero no ambicionar una vida de paz, serenidad, tranquilidad y equilibrio.  El mismo término “ambición” hace ruido a la imagen de paz y equilibrio. Sin embargo, sí se puede ambicionar una mansión, un auto lujoso y tremendo salario.  Aspirar está más vinculado a cuestiones que HACEN al individuo, y la ambición hacia cuestiones que utiliza el individuo.  Una va hacia dentro de la persona (lo nutre) la otra se utiliza por encima de ella. Algo así como la comida vs la ropa.  No pocas veces la ambición viene muy condicionada al concepto de aceptación social (del individuo hacia la sociedad) mientras que la aspiración va condicionada a la aceptación personal (del individuo hacia su fuero interno).  Son dos cosas muy diferentes, sin embargo, nuestra cultura de competitividad subvalora al que aspira, y sobrevalora al que ambiciona.  Llegando inclusive a intentar estigmatizarnos o tratarnos de mediocres, a los que nos vale un rábano la ambición.  Sin que por eso hayamos dejado de aspirar.  ¿Por qué? Porque aunque parezca mentira, el individuo que ambiciona es más manipulable, reutilizable, sobornable y desechable que el que aspira. Porque no es menos sólido por dentro (como el saco roto)
Los dos términos se parecen, y se utilizan frecuentemente como sinónimos, sin embargo no son lo mismo.  ¿Cómo diferenciarlos? De una forma bastante fácil, con algo de olfato y atención.  Por lo general la ambición causa alguna forma de dolor a uno mismo o  a un ser querido, la aspiración causa regocijo a uno mismo y a nuestros seres queridos (si de verdad nos quieren)  Así que, si usted siente que alguien no envidioso, sufre por sus aspiraciones,  evalúe mejor si se trata de una aspiración o de una ambición.

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