MASLEIDOS

viernes, 16 de agosto de 2013

¿Viviendo o sobreviviendo?




Los padres de ahora no viven sino sobreviven.  Pasamos el día con un sueño terrible (gravemente afectados por los problemas de transporte que ahora han enterrado nuestra calidad de vida) resolviéndoles problemas a otros, ayudando a que otros sean más ricos y poderosos.  ¿Y mientras uno qué, qué de la vida de uno, qué de criar a nuestros hijos, si pasamos las ocho horas más productivas de cada día, más tres de tranque, 5.5 días a la semana  trabajando?  Y si no trabajamos, no educamos a nuestros hijos.  Y si no trabajamos no comemos. Y si no comemos no vivimos.   

Educarlos, para que el día de mañana ellos también le trabajen a otro (empleador o cliente) y así perpetuar esta cadena de esclavitud de generación en generación (llámese asalariado o empresario, público o privado)  Porque un trabajo que no dignifica, es esclavitud.  Y no todos los trabajos dignifican.  Algunos no dignifican, no porque sean malos o insuficientemente buenos, sino porque todo, TODO lo que lleva la vida alrededor de ellos conspira contra nuestra sanidad individual, familiar o social.  Desde conseguir una buena niñera , una buena escuela, buena alimentación, poder llegar o regresar a tiempo del trabajo, descanso etc. 
Claro que ya no tenemos al mayoral aporreándonos con un palo o flagelándonos por un plato de arroz, pero la esclavitud continúa.  Y continuará así,  hasta que el espíritu  no ocupe el lugar que le corresponde en el individuo. Porque necesitamos comer, y en eso se nos va la existencia.  Envejecemos a una velocidad espantosamente alta,  el tiempo se nos va correteando quincenas, resolviendo problemas.  ¿A eso llamamos vivir? Entregándonos a un vicio (cualquiera que sea) o alienándonos en el fabuloso mundo de la tecnología, mientras pensamos que la vida es más “soft” porque tenemos un celular, un plasma, una camioneta y el mundo nos mira como “trabajadores dignos, empresarios respetables, o buenos padres”.  Esclavos, es la palabra, con el debido respeto.  Hemos constituido una sociedad de esclavos a lo largo y ancho de la historia humana. 



Por qué permitimos que nos esclavicen.  Porque NO nos hemos liberado de nosotros mismos.  En consecuencia, nuestra condición de esclavo la explotan los demás.  El principal tirano del hombre es el hombre mismo, y sólo después el otro hombre (jefe, vecino, presidente, legislador, maestro, sacerdote etc.)  El hombre se deja esclavizar de otros, porque no se ha liberado de sí mismo.  Es sabroso vivir como esclavo, no tomar decisiones de las cuales podamos arrepentirnos luego, esperando a que otro nos resuelva la existencia para luego culparle de que “algo salió mal”.  En tales condiciones, nuestra actitud abúlica y sedentaria, agradece siempre la exista un abusador a quién tildar de “malo”…cuando en el fondo “malo” es  uno mismo. 


La vida  es como una montaña rusa.  Subimos, bajamos, subimos, bajamos  etc. Mientras subimos, más nos pesa el pasado.  Mientras bajamos, más nos preocupa el futuro.  Una sociedad decadente como la nuestra, vive aterrorizada pensando patológicamente en su final (aunque proyectemos un citado “progreso”,  que todos sabemos no llegará a tal cosa)  Mientras no tengamos equilibrio en la vida, y vivamos con tantos sube y bajas, seguiremos pensando en el pasado y el futuro.  ¿Cómo lograr ese equilibrio, pues, creo que concentrándonos en el presente?  Pero cómo concentrarnos en el presente si el mundo completo lucra del terror, y el terror nos saca del tiempo.  El terror a quedar desactualizado, el terror a quedar obsoleto, el terror a innovar, el terror a lo que será, el terror a que el pasado regrese, el terror a seguir existiendo, el terror al terror mismo.  La vida es una ilusión, si analizamos las probabilidades existenciales, ni siquiera tendríamos que estar vivos ahora mismo (ni como individuo, ni como especie)  Porque nuestro equilibrio vital (individual y cosmológico) ha  necesitados de tantos acontecimientos y tanto tiempo en suscitarse, que el sólo hecho de que se esté dando en este momento es algo tan improbable, que bien pudiéramos llamarlo ilusión.  Luego, si por un error cuántico infinitesimal conseguimos la vida, entonces qué hacemos con ella???? Seguir pensando en la nada, lo que fuimos o lo que podría ser.

Filosofía práctica vs modernismo hambriento




Aunque nuestras autoridades ahora intenten borrarla del mapa educativo, por razones de maleabilidad y embrutecimiento de masas, la filosofía sólo morirá después de que muera el último humano. El problema con la filosofía y nuestro modernismo es que libera, libera la mente y al individuo.  Por eso han hecho del sentido común (lógica) el menos común de los sentidos.  Vivimos un mundo en el que es mejor tener esclavos que personas libres, para que aumenten mis (sus)  ganancias.  No importa que piensen, sólo que produzcan.  En consecuencia, la lógica (que me enseña a pensar) es peligrosa para ellos (el nudo gobernante)  y si fuera apenas dos pelos más popular para el común humano,  hace rato la hubieran desintegrado.  Porque vivimos en un mundo masificado.   Sin embargo, el ser filosófico  y la resistencia a ser masa vive con nosotros.  En Panamá  hace un tiempo se puso de moda pegar figuritas de personas en los carros.  En poco tiempo mucha gente quedó haciendo lo mismo, pero inclusive dentro de ese grupo de personas hubo una competencia por tener más figuras, figuras diferentes etc.  Es decir, aún imitando, el ser humano tiende a la diferenciación (¿Por qué hacerlo igual al resto, por qué no hacerlo mejor que el resto?)  Ahora está el asunto de los monos que guindan de los carros…y se repite el fenómeno.


La filosofía, como ciencia madre es la que une perfectamente la naturaleza humana con el resto de las ciencias.  En pocas palabras, la filosofía, a diferencia de las demás ciencias, es parte integral de la naturaleza humana.  Todos nacemos con el espíritu de la filosofía dentro, de lo contrario no pensáramos, la base del razonamiento humano es filosófica, y la base de su existencia también.  Diría yo que la filosofía no fue creada por el hombre, ni siquiera descubierta,  sino apenas “nombrada”.  La condición de preguntarse, de averiguar, de ir más allá, de resistirse, de cambiar el medio, de ser humano, es natural, intrínseca, inherente al individuo.  Es obvio que nuestra condición animal-pensante, nos hace avergonzarnos de muchas cosas de nuestra naturaleza.  Digamos, el hombre es uno de los pocos animales que se esconde para satisfacer sus necesidades, como por ejemplo, el sexo, la defecación etc.  El pensamiento nos hace aspirar a niveles superiores y básicamente es la interfaz espíritu-carne que vive en la mitad de nuestro individuo.  Si supeditamos la mente a la carnalidad, es como si quisiéramos que un bebé creciera dentro de una caja.  Y, precisamente eso es lo que está pasando.  En un mundo tan hedonista, concupiscente, consumista y materialista como lo han vuelto, nos encierran en las limitantes de la carne, supeditando todas nuestras acciones a la mera satisfacción del cuerpo. 




Por ejemplo, no estudiamos para “saber” sino para “tener” un trabajo, y “ganar” dinero.   ¿Pero qué gana el individuo con llenarse de cosas, si no pocas veces su vacío es interno?  ¿Y por qué es interno? Porque no se preocupa en (ni entiende cómo) llenarlo.  Un espacio que no se llena con objetos materiales, y sólo se ve mirando hacia dentro de nosotros mismos.  Escuchando nuestro ser lastimado y atormentado, conociendo nuestros demonios.  Es todo un mundo interno insatisfecho, asfixiado por una “política de vida” que nos lleva a enriquecer desmesuradamente a unos pocos, a cuesta de nuestra propia miseria interior.  Porque la libertad no implica romper las cadenas que otros nos han puesto, sino aprender a liberarse de uno mismo (complejos, miedos, odios).  Y la mente nos ayuda a entender precisamente, esa relación insatisfecha y aparentemente irreconciliable de la carne con el espíritu.  Relación que se ha prostituido a lo largo de nuestra historia, y que muy, muy en el fondo, todas las religiones del mundo intentaron recuperar.



Filo-sofía, amor por la sabiduría.  Amor hacia nosotros mismos, y hacia lo que podemos llegar a ser, dejando de ser como somos. Filosofía en LA PRÁCTICA es transformación humana, evolución, vida y si nos negamos a ello, cada vez habrá más guerras, enfermedades, sufrimiento, violencia, crueldad e injusticia en el mundo.  Porque por un lado (social) nos han enseñado subliminalmente a odiar al prójimo (peleas, guerras, imposición, intolerancia). Y por otro lado (religioso) nos fuerzan a “amar” al prójimo.  Pero la lógica (filosofía) me lleva a preguntar: ¿Cómo puedo odiar o amar a alguien, si no me conozco a mí mismo?.  Allí nace la filosofía: “Homo nosce te ipsum” (Oráculo de Delfos, hombre conócete a ti mismo… y conocerás al universo y a los Dioses.

¿Bordeando la cordura social?




Dicen que las molestias pasan y las obras quedan, sin embargo, ¿Valdrá la pena este progreso?...todos los días me pregunto lo mismo.  Tras que el servicio en Panamá dejaba mucho que desear, ahora es peor.  Los empleados en las gasolineras, restaurantes, clínicas andan malhumorados, con sueño, impacientes.  Esto se ha agravado en cosa de años, bajo la excusa del bendito progreso.  El fenómeno pasa al mismo tiempo de los pacientes pasajeros de autobús, a los conductores citadinos, a la masa laboral panameña en general.  La falta de sueño, el muy agravado estancamiento  vehicular, las calles destruidas, el agua empozada, la basura regada, los conflictos, los escándalos de corrupción.  Todo junto, parece cualquier cosa menos progreso.  No sé en qué mundo viven nuestras autoridades y sus aduladores, pero, la degradación de la calidad de vida en Panamá es evidente.  Peor aún, si en cada esquina vemos a un extranjero compitiendo casi en igualdad de condiciones, con el maltratado y pobre nacional.


Sumado a esto “la política de barrio”, el precario nivel humano de quienes nos dirigen, ¿Podríamos llamar a esto progreso, crecimiento? ¿Qué hay detrás de las obras?...una sociedad que sufre en silencio, algunos engañados, otros por conveniencia y otros muy conscientes.  Algunos hacen, otros dicen, muchos más piensan y la realidad que vivimos no cambia.  Cuando vemos cómo los ajusticiados caen en nuestras calles, mientras las personas encargadas de protegernos y mantener el orden nacional sólo reprimen y espían.  En medio del problema de la basura, después de haber invertido tantos millones en la recolección, ahora nos dicen que van a unir el cobro de recolección al de la luz.  ¿Pero cómo?, si bien es cierto los morosos deben pagar, también deben pagar todos aquellos que han malbaratado millones en tan mala administración. La solución para todo es acorralar, acusar, culpar al pueblo, mientras los escándalos de corrupción brotan de aquí para allá.  El desgreño de la salud pública cobra muertos gratis, de todas las edades, y no hay justicia.





¿Qué decir de la enorme deuda que nos están dejando?  Cada panameño que nace viene con un precio inflado a cuestas,  como si la gente de este país valiera por el pedazo de deuda que lo joroba encima.  El trato que se le da a la gente en Panamá durante estos últimos años no ha sido humano, sino exclusivamente material.  Como si fuéramos productos en un anaquel.  Sin importar  por encima de cuántos tiene que pasar este crecimiento, a cuántas familias haya que aplastar; importa la obra, no el humano.  ¿Y así debemos creer, que un buen gobierno es el que construye sin importar las carencias, las necesidades reales, la calidad de vida, el bien social? Mientras más agrandado se piensa al progreso, más reducido se tiene al panameño.  Y lo estamos viendo, con el trato que nos dan, con la burla, falta de respeto, compra y venta de conciencias. 


Vivimos un ambiente insano, gótico.  Parece que “la locura” antes proclamada en campaña, es nuestra peor epidemia, destape visceral que corrompe todo lo que toca.  Hay fastidio, estrés colectivo, intolerancia, todo lo necesario para que nuestra sociedad llegue a un punto de quiebre forzado.  Nos arrastran a bordear los peligrosos límites de nuestra cordura. De qué sirven las obras, las inversiones, el crecimiento en un país sin sanidad social, que ha empeñado el bienestar económico de sus nacionales por un par de construcciones.  Habría que preguntarse entonces, si ha valido tanto sufrimiento o si acaso vale más el progreso, que la gente.

Lo que dejamos caer



En los tiempos de mi abuelo obtener un bachillerato era un éxito. Las profesiones técnicas eran bien remuneradas, porque la época daba prioridad a la alimentación, no había inflación. Se podía vivir. Los autodidactas alcanzaban un nivel de conocimiento similar al tercer grado. Muchas personas entendían por logro académico, el sexto grado. Y era un gran orgullo ser maestro, ni pensar en ser médico. En los tiempos de mis padres ser un licenciado era todo un éxito, mejor un doctorado y ya más alcanzable la medicina. En los tiempos míos la maestría se ha convertido en un requisito casi estándar. Los niveles doctorales cada vez son más comunes, los maestros no representan el gran prestigio de antes y los médicos han empezado a bajar de categoría. Las especialidades reemplazaron en prestigio a la amplitud de conocimiento. Uno estudiaba antes para saber. Se trabajaba por vocación (maestros y médicos) y no sólo para ganar. Y los artistas creaban arte, no lo prostituían. Todo para tener el orgullo de ser un estudiante, profesional o artista. Cargar un título, desempeñarse con orgullo, honor y ética, crear una obra que no muriera con el tiempo. Había mística y se podía vivir. 


 Hoy todo se compra y vende. Se ha reducido al individuo, ya ni siquiera a cuánto dinero tiene, sino al calado de sus deudas. Ser un profesional en nuestros tiempos se menosprecia, como antes se menospreciaba a las sirvientas que llamábamos peyorativamente “empleadas”. El profesional de la empresa pública ha sido satanizado como rebuscón y botella. El profesional de la empresa privada es un empleado cualquiera, despectivamente “asalariado” (sinónimo de vago dependiente) No se valora lo que hace, ni el que paga para que lo hagan, ni quien lo hace. El apremio del dinero, la necesidad de comer, los lujos ficticios que la publicidad y el mercadeo disfrazan de necesidades, nos ahogan en un nudo existencial que no da ganas de hacer nada para que dure, nada importante, nada que rete al tiempo, nada especial. La vocación fue reemplazada por un tajo de dinero en la mano, como el pedazo de carne en la boca de un perro. No porque uno quiera, no porque el ser humano se haya depreciado, sino porque socialmente hemos permitido que nos secuestren los valores por tres reales, porque hemos permitido que nos suban abruptamente el costo de vida. 




 ¿Qué pasa en Panamá? Han encarecido todo, tapándolo con las benditas obras. Obras que van a embellecer a un país que dicho sea de paso, también están vendiendo en pedazos. La calidad de vida del panameño se ha degradado terriblemente, no sólo por los tranques, ni por las construcciones, sino también por el costo de la canasta básica y todo lo demás. Subieron el salario mínimo, pero redujeron considerablemente nuestro poder adquisitivo. Para colmos, nos saturan de mano de obra extranjera. ¿Qué no vemos lo que está pasando? Que no vemos como nuestras altas autoridades reconocen públicamente que eran estudiantes mediocres, como si fuera una gracia, y la educación pública conspira con la mediocridad por un par de computadoras regaladas y tres pinches reales que descaradamente llaman “beca”. ¿Cuándo vamos a dejar de ser tan buenos, o tan alelados? Que no vemos que los futuros hijos de Panamá van a nacer ya no con un pan debajo del brazo, sino con varios miles de dólares de deuda sobre la nuca. Como si tuvieran precio desde que nacen, todos y cada uno de ellos. 

 Tener educación y cultura en este país va haciendo sinónimo de estupidez u homosexualismo. Como si ser bruto, impulsivo, explosivo, boqui suelto, descocado, grosero y vulgar fuera un logro o tremenda gracia. Porque la vulgaridad ha reemplazado a la cultura, la corrupción a la vocación, el dinero al amor propio, la ignorancia al conocimiento y el silencio a nuestros derechos. Nos perfilan para que todos seamos empresarios, como si serlo fuera tan fácil. Porque muchos de los actuales “pudientes empresarios” capitalistas salvajes, recibieron un imperio ya realizado, y algunos quién sabe de dónde. El sueño panameño no es llegar y montar un negocio desde cero, con pírrica ayuda gubernamental, para que luego una enorme cadena, o te robe la idea o te borre utilizando las propias leyes del país. El sueño panameño no es llegar limpios y hacernos millonarios… sudando la gota gorda, a punta de sacrificio. No. Hay que presupuestar las coimas, extorsiones, sobornos etc. Tienes que trabajar una vida completa, para que un político finalmente se enamore de tu éxito y haga que tu negocio termine valiendo nada. 

 No, no, gracias, déjenme con mi orgullo y dignidad de asalariado profesional. De artista verdadero, tal vez si tuviera tal suerte. Antes que hacerme rico metiéndole la mano en el bolsillo a la gente pobre, para entonces llamarme “inversionista”. Porque en algún momento, el hambre en que nos están sumiendo hará despertar a este pueblo, y entonces voltearemos la vista al pasado, tratando de recoger lo que dejamos caer.

El circo no resuelve problemas




Sucede que el arte de la guerra y el sometimiento, sigue siendo el mismo aunque el ser humano sea tan desmemoriado.  La política panameña siempre se ha manejado con los mismos cuatro hilos de marioneta: Pan y Circo, Divide y vencerás.  El imperio romano utilizaba el entretenimiento espectacular y la comida gratis para mantener al pueblo alienado de los problemas sociales.  ¿Pero cuál era el atractivo principal de la sedación popular?...sacrificar a alguien, ya fuera en combates entre gladiadores o luchas de fieras. ¿Y qué vemos en la actualidad de nuestro patio político?, el último circo que se ha formado alrededor de la defensora del pueblo.  Circo con olor a sacrificio, partiendo del hecho que “su eventualidad”, ni aún llevándola al peor de los casos, pudiera considerarse el mayor pecado del cambio.  Por otra parte, todos estos subsidios que el gobierno ha tenido a mal ofrecerles a los panameños, pudieran considerarse “el pan gratis del circo”.  E inclusive si nos vamos más allá, por qué no hablar de las famosas carreras romanas, que eran también parte del entretenimiento masivo.  Siendo un poco justos, veríamos las famosas encuestas de la actualidad política panameña, como la forma moderna de dichas carreras.  ¿Ahora bien, qué hay detrás del circo? un imperio en decadencia.  ¿O peor aún,  qué nos queda delante del circo? precisamente la caída de dicho imperio.  Hay quienes culpan al cristianismo de la caída del imperio romano, yo sólo culpo a la ceguera colectiva (de gobernantes y gobernados) que terminaron creyéndole al circo.   La prosperidad panameña puede caer ante tanto espectáculo, porque el circo no resuelve problemas, apenas los disfraza.


Divide y vencerás, o dicho en buen panameño: Siembra cizaña.  Frase que algunos atribuyen a Julio César, dictador romano. Justa contracara a la máxima existencial de   “La unión hace la fuerza”.  Técnica preferida por quien da como muy probable,  perder la contienda.  Comparando en su naturaleza estas dos frases, se observa con facilidad que la primera edifica y llama a la unión, mientras que la segunda destruye  e invoca desunión. Una proyecta el triunfo, la otra intuye la derrota. Una suma gente, la otra resta. ¿Qué queremos los panameños?  Claro que entre tanto circo, es difícil ver el problema a desnuda proporción.  Objetivamente, el éxito de la democracia panameña siempre se ha gestado en los votantes independientes.  Habiendo dos fuerzas opositoras perfectamente definidas, los independientes coronaban la decisión electoral panameña. Con Cambio Democrático, muy por el contrario a toda promesa, la política partidista se fortaleció (en detrimento a la voluntad libre e independiente) Ahora peor, con tantos independientes buscando protagonismo (algunos de los cuales favorecerán a los partidos políticos inconsciente o conscientemente) el voto no partidario terminará por disolverse en la manipulada efervescencia electoral.  Las próximas elecciones se definirán entre las membrecías de los partidos políticos. Y  ya todos sabemos lo que sale de los partidos políticos…
Tampoco creo que al aumentar la oferta (de candidatos) mejore la calidad del producto final.  Sobre todo entendiendo la lógica de “azar” con la que muchos panameños deciden no sólo su realidad cotidiana, sino la suerte nacional.  Con eso de que el panameño “sólo apuesta a ganador”, ganará la propuesta más publicitada.  E igual a las carreras romanas: A más distracción más miseria.  Pero aunque la historia mienta a veces, el tiempo jamás lo hace.  Y ya todos sabemos, aún después de tanto circo, cómo terminó el imperio.  

Desde adentro del rebaño




Me causa algo de gracia pero más espanto, quizás un poco de humor negro, ver cómo las actuales “fuerzas” políticas se estrellan contra la forma “política” del actual gobierno.  Todo esto, sin siquiera percibir (ni siquiera superficialmente)  la gravedad del daño en que nos sumieron. Entender la filosofía de este gobierno desde los parámetros normales políticos, es como tratar  explicar una pera con la misma forma en que veríamos teléfono.  Son dos cosas totalmente diferentes, de allí el eslogan de que “no son políticos comunes”, porque, lo más probable es que ni siquiera sean políticos.  La visión comercial supedita a la política, en consecuencia, son más comerciantes que políticos.  Hay que verlos como comerciantes, no como políticos, eso es una real pérdida de tiempo.  Es muy distinto ser un político y hacer “negocios”, que ser un negociante y hacer política.  El primer caso nos dará un mal político jugando a ser buen empresario.  El segundo nos dará un buen empresario, siendo un pésimo político.  El abuso de la prostituida palabra “institucionalidad”, es otro ejemplo patético de igualar una pera a un teléfono. Ellos no saben qué es eso, ni les interesa.  Hablémosle mejor en términos de dólares, compra y venta.


El problema de esta óptica es que el empresario (peor si es de la vieja escuela, de los modelos de toma de decisión centralizada) tiene una visión excesivamente personalizad de las cosas.  ¿Y por qué no, si es su negocio?  El problema aquí es que, el país no es de nadie, aunque nos pertenezca a todos los panameños.  Esa visión de “país para todos” no encaja en el esquema mental de un empresario que sigue el modelo de decisión centralizada.  Peor aún si intentas explicarle  la postura de “servir” a otros (como servidor público) al pueblo.  El empresario en su negocio, como dueño puede (debe) servirle a sus clientes, pero, no por eso deja de ser dueño.  Existe una confusión en la praxis de mando actual, que, siguiendo la óptica antes expuesta, no nos plantea como ciudadanos, sino como clientes y al gobierno no como servidores públicos sino como dueños.  Tal fue el riesgo que no evaluó el pueblo a la hora de “privatizar” veladamente su gobierno en las elecciones pasadas.  En consecuencia, más allá de toda la intencionalidad oscura que pueda o no existir detrás de estos “híbridos” del cambio, existe una mayor incapacidad neonata para el manejo de la cosa pública.


Los sistemas de gobierno anteriores, bordearon tantas veces el filo de lo políticamente incorrecto, que ya no importa la política para manejar a todos los ciudadanos de este país.  Mutaron de políticos a politiqueros, y ahora tenemos esto…un esquema de compra y venta institucionalizado, regándose por todo el país, como una porción de antimateria en crecimiento. ¿Qué pasará después? Es tan difícil de saberlo, siquiera de pronosticarlo, como tratar de estimar los resultados de un sistema degradado, con filtros de captura de dato invertidos (en lugar de garantizar la entrada de datos correctos, valida a favor de los incorrectos) cuyas variables de control han fallado y que está a punto de generar una condición de sobre saturación.  Lo que teníamos antes era muy parecido, pero apenas diferenciado con una delgada línea de humanidad que parece haber desaparecido en este gobierno, aún ofreciendo cien a los setenta, beca universal, mochilas y computadoras.


Ahora bien, si la vertiente fuera tan sólo capitalista, la confusión de ver al ciudadano como cliente, terminaría allí.  El problema empeora cuando hablamos del enfoque capitalista-salvaje.  Para el capitalista, el cliente es una persona de cuya necesidad puedo lucrar supliéndola.  Para el capitalista salvaje, la necesidad del cliente sólo es el anzuelo para la explotación (lucro) absoluta de su cliente.  Es decir,  el capitalista salvaje ve a sus clientes como productos, ya no como personas con necesidades.  Perder de vista las necesidades de una persona, es enterrar en el sub-conocimiento la calidad humana del ciudadano.  Léase, el humano se convierte en mero objeto de lucro.  En consecuencia, ¿Qué sería de nosotros con un gobierno capitalista-salvaje?  Como la piel de la oveja sobre el lobo infiltrado, el capitalista salvaje podría echarse encima el disfraz de un sistema político degradado por la corrupción, y…. comerse a las ovejas desde adentro del rebaño. 

¿A quién culpamos?




Lugar, estación de expendio de gasolina área de comida rápida. Hora, ocho de la mañana.  Protagonistas, la dependiente, un oficial de policía de sexo femenino y yo.  Preparo un perro caliente (hot dog) busco un jugo, una galleta y me dispongo a pagar.  De pronto me detengo a escuchar la música de ambiente, mientras la cajera marca los productos.  Canción del género regae o derivados, ritmo bastante  común y primitivo (golpe de tambor repetitivo)  cantante de poco ánimo y entonación de maleante.  Letra: “A fulana le gusta el juego, a mengana le gusta el juego, a sutana le gusta el juego…”  La forma tan pesada en que vocalizaba las palabras daba la impresión de estar rezando una letanía obscena: “A fulana le gusta el huevo, a mengana le gusta el huevo, a sutana le gusta el huevo…”  Recuerdo entonces que en mi época se hizo “divertido”, también dentro del género regae, cambiar unas palabras por otras vulgares.  Llegando incluso en un éxito de discoteca (también del género regae) que promovía el  sexo oral fálico.  Luego, la música típica también copió el estilo.  Ahora, más de veinte años después, a nuestra juventud todavía le sigue pareciendo “graciosa” la vulgaridad.

Le pregunto a la cajera si está escuchando la canción, y me confiesa sonreída que “ella no escucha esa música”.  Hablo fuerte y digo: “Bueno, si nuestra juventud sigue oyendo esa clase de cosas, por qué quejarnos de que el país ande como ande”.  La policía no dijo nada, jamás se dio por enterada y continuó leyendo su periódico.  Entonces pienso, ya la vulgaridad no sorprende a nadie.  A los muchachos (igual que en mi época) les causará gracia, porque tal vez estén en el proceso de descubrir “lo bueno, lo malo y lo feo”.  Pero la indiferencia de los adultos, aun habiendo un llamado de atención en el área…me heló la sangre.  No estoy por la labor de criticar a los muchachos, sino a los adultos.  A diferencia de mis tiempos, en los que se estigmatizaba ese tipo de  música como “de maleantes” y tampoco era común escucharla en lugares públicos, hoy la oigo a horas tempranas de la mañana, en un lugar público y peor aún, bajo el nulo asombro de varios de los presentes.  Si los medios, ni los dj’s, ni la televisión, ni el cable tiene la culpa de la difusión de ese tipo de formas musicales, entonces quién.  ¿Los maestros en las escuelas? ¿Los padres en la casa?     Perfecto, bien, pero en la calle quién regula el entorno. ¿Acaso hay alguna autoridad que pueda hacerlo, o el nuevo código de la familia también castra a la censura?

Entonces pregunto, si nadie hace nada por frenar el alcance de estas cuestiones, o mucho peor aún, ya ni nos asombra, entonces por qué hacer morbo y lucrar cuando aparecen videos de estudiantes haciendo (o simulando)  cochinadas en la televisión.  La falta de disciplina es a su vez una forma de indiferencia, y los muchachos, muchos de ellos inclusive con sus malas actitudes buscan llamar la atención de alguna forma, tratando de abrirse un espacio en el mundo adulto.  Pero si reaccionamos indiferentes, indolentes, o peor aún, apadrinamos las conductas aberrantes con el mejor ánimo de “autocensura”, para encubrir finalmente el lucro desmesurado, entonces felicitémoslos por habernos imitado tan bien.  Con el libertinaje criamos hijos ajenos a nosotros mismos, y adultos desalmados.  Si esto sigue así, pronto vamos a vivir en una sociedad en la que toda vida humana valdrá menos que el propio intento de procreación.  Un mundo en el que la hipocresía sólo nos da “autoestima suficiente” para generar ventas a través del morbo de nuestra sociedad decadente.  Siempre es divertido buscar a un culpable, pero jamás podremos actuar en sociedad si no empezamos a reconocer la falla en cada uno de nosotros.  El país requiere una cura social, sin embargo sólo criamos más  enfermedad.

La realidad, algo muy distinto




¿Alguna vez ha tratado de ver una película cuadro a cuadro, con mucho tiempo entre cuadro y cuadro?  Pienso que eso ocurre con las encuestas, entre encuesta y encuesta (cuadro y cuadro) se pierde mucha información concluyente o predictiva, por más que se diga lo contrario.  Hay tantos factores interviniendo al mismo tiempo en cada encuesta, que casi es imposible poder concluir algo definitivo bajo la óptica de unas cuantas variables.  Imagino que por eso les llaman fotografías (radiografías) del momento político.  Para apreciar la validez de una encuesta, habría que contemplar valores como el objetivo, metodología,  muestreo, momento de realización etc.  Sin embargo, últimamente se ha vuelto una estrategia más de mercado, que de instrucción.  Yo diría que a niveles crónicos patológicos.  Me cuesta mucho creer que un candidato recién aparecido de la manga de “alguien”, como quien saca un conejo del sombrero de algún mago, esté al mismo nivel de candidatos que llevan toda una vida corriendo en la política.  Peor aún, después de un marcado ausentismo en la vida pública panameña.  O que el pueblo favorece en opinión al gobierno, después de tanto y  cómo nos ha tratado (peor transporte, más impuestos, costo y pésima calidad de la vida)  No sólo habría que ser bruto, sino también masoquista, o masivamente bruto, o masivamente masoquista.  

Afecta la cultura del panameño corriente, de apostar a ganador.  La necesidad de percibir el azar,  es algo fundamental en la existencia ciudadana, inclusive más allá del placer, muy determinante en la “insoportable levedad del ser panameño”.  Si no adoleciéramos de aquella tendencia a mezclar la suerte con todo lo demás, las encuestas pudieran entenderse como instrumento útil.  La poderosa alternativa de culpar “a la suerte” de nuestras propias decisiones, hace que el individuo la necesite visceral e inconscientemente en su vida.  Así en lugar de reconocer  “me equivoqué”, sólo se quejaría diciendo  “tuve mala suerte”.  De equivocarse, a tener mala suerte, hay mucha responsabilidad de diferencia.  Resaltando figuras de alienación entre tanto y tanto, maniobras de compensación, negación etc.  Incluyendo también el asunto de “la esperanza” y demás abstractos que rodean al éxito en los juegos de azar.  Aunque analizándolo en frío, ver nuestro futuro político en términos de suerte, es aterrador y escalofriante.  Quizás aún más allá de la propia inconsciencia colectiva en que estamos sumidos, apiñándonos como masa, a la cómoda espera de un líder que se sacrifique por nosotros, una medicina que no amargue, un remedio santo, algo más de la... suerte.


¿Le damos o no importancia a las encuestas?  Yo diría, independientemente a la intencionalidad de las mismas,  que como “afiche político”, propaganda o demás, tienen mucho valor.  Pero como objeto realmente predictivo, o siquiera aproximativo, no tanto así.  Prefiero antes creer en la teoría del caos y los sistemas dinámicos, que en el sortilegio de algunas encuestas.  “El panameño apuesta a ganador”, escucho a muchos decir por allí, como si nuestra política fuera una carrera de caballos, pelea de gallos, el producto de un tinglado, o peor aún, la balota que se extrae del ánfora.  Tampoco voy a profundizar las tripas de la eficiencia o ineficiencia, de encuestar o no encuestar.  Pero pongamos de manifiesto  la obsesión ridículamente compulsiva, de pavonearlas cuando favorecen, y satanizarlas cuando no. Actitudes por lo extremistas patéticas, que todos sabemos son acción y reacción mediática.  Mi partido político es una marca, el candidato su último modelo, y ambos deben encabezar el rating a como dé lugar.  Otra cosa, muy distinta,  es la realidad de todos los panameños.


Un discurso a dos voces




El presidente de la república planteó que el costo de la canasta básica, bajará a medida que desarrollemos fuentes de energía alternativas, como la eólica o la solar.  ¿Pero mientras tanto qué comemos… puentes, carreteras, cinta costera, mega inversiones?  El presidente acaba de ver la luz, o simplemente no lo sabía hace cuatro años cuando se le cuestionaba sobre el costo de la canasta básica y respondía con “la cadena de frío”.  Hace poco nos dijeron que la cadena de frío no abarataría el costo de los alimentos.  He de suponer que muchos panameños se sentirán defraudados, porque esperábamos algo más que un gobierno que confiesa a cada rato “sentirse frustrado” (al no cuajar la justicia que todos esperamos)  y vive culpando a otros de su insuficiencia (la oposición, los medios, los gremios etc.)  Y ahora salen con que necesitamos otra fuente de energía para abaratar los alimentos.  ¿Es aceptable este tipo de respuestas para quienes se jactan de haber hecho en cuatro años, más que el resto en cuarenta? ¿O estamos frente a un discurso a dos voces?



Cuatro años después, el presidente reconoce que el precio de la canasta básica bajará a medida que innovemos en otros tipos de energía.  ¿Qué debemos esperar mañana, un mea culpa confesando que las obras de infraestructura vehicular (con las que mega endeudaron al país) no resolverán el problema del tránsito? ¿Que los proyectos de asistencia social no son sostenibles, a no ser que nos suban la carga impositiva? ¿Que el país se quedó sin fondos? ¿Que la producción nacional se fue a bancarrota y tenemos que importar todo? ¿Que el canal se secó? Sin embargo en vísperas pre electorales, no me queda más que agradecerle al presidente sus declaraciones. Porque dice la Biblia en Mateos 13:9  “quien tiene oídos para oír, oiga”.  Y un poco más abajo en Mateos 13:13 “Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden”. Dicho en buen panameño: Hay que tener mucho cuidado con la realidad tras las promesas electorales.

En cuatro años, el gobierno que dice haber hecho más que el resto en cuarenta,  no ha logrado bajar (ni siquiera frenar)  el costo de la canasta básica, alimentos en general, artículos de primera necesidad, combustible.  Tampoco ha podido disminuir la corrupción,  el problema del agua, ni el problema del aseo, ni de salud pública,  transporte, tránsito.  Sino que muy por el contrario,  todo parece ir en aumento, incluyendo la deuda nacional, la carga impositiva, los conflictos, el estrés colectivo, incomodidad, tranques, sueño, desgaste social etc.   Aún así,  puede que el presidente tenga razón, tal vez el panameño necesite de otra fuente de energía para abaratar el costo y mejorar su nivel de vida.  Aunque no tanto la eólica, ni la solar, sino netamente buena energía humana.  Porque la que hemos aprovechado hasta el momento, la política, es muy cara, incapaz y demasiado tóxica.

miércoles, 3 de julio de 2013

La salud puede esperar, la muerte no.


La salud es algo con lo que no se puede jugar, pero tal parece que eso no lo saben muchos panameños, ni la sociedad, ni peor aún nuestro gobierno.  Se escuchan voces de traer extranjeros para desempeñarse en la salud pública, como lo han hecho en algunos supermercados, pizzerías, y restaurantes.  Traer más extranjeros con aquel cuento de que los panameños no estamos preparados, ni somos suficientes o somos vagos.  Pero repito, hablamos de salud!!!!  Hasta donde supe, Panamá tenía uno de los más prestigiosos centros de estudio médicos en América latina. Por eso me surge la duda: ¿Quién va a regular la entrada de estos profesionales a Panamá?  En medio de una crisis de salud, tras otra crisis de salud, mencionando el asunto de la KPC y ahora lo de los neonatos ¿Nuestras autoridades sanitarias podrán autorizar o vigilar el desempeño de estos extranjeros en Panamá?  La lógica me dice que no, porque todavía los centros públicos de salud parecen campos de concentración. Los asegurados siguen quejándose de la falta de medicamentos, los médicos de insumos, las enfermeras de que no se les paga bien.  Peor aún, con cada situación de salud “inespecífica”, nuestros gobiernos siempre terminan recurriendo a los organismos internacionales de salud, porque localmente no pueden resolver. ¿Bajo tanto desparpajo e insuficiencia administrativa, podremos confiar en la contratación y supervisión de mano de obra extranjera?   


Por otro lado, también es cierto que muchos panameños tienen esa extraña “actitud” de desapego para con su propia salud.  Como si fuéramos a vivir sanos y jóvenes el resto de la eternidad.  Como si la salud pudiera esperar.  Y al igual que con el resto de las cosas que dejamos a última hora, postergamos nuestra salud hasta las últimas consecuencias.  Creyendo que vale más el último televisor o celular del mercado, que estar sanos. Claro que en eso  también tendríamos que considerar nuestro desgreño económico. Dado que muchos de nosotros vivimos montados en deudas banales, confundiendo necesidades con lujos, bienestar con placer etc.  La salud, dentro de aquella lista de ítems, no goza de mucha prioridad.  Por eso cuando ocurren “los accidentes” o llega la vejez, sale demasiado caro el arreglo o sencillamente nos convertimos en material de descarte.  Momento para el que sería excelente contar con el mejor respaldo médico posible.  Pero no es así.  La contratación extranjera de médicos, ni la ciudad hospitalaria van a cambiar el gran problema de pensamiento y actitud que mantienen nuestras autoridades.  Ni mucho menos la “inteligencia social” al respecto.  ¿Qué tendríamos que hacer para tomar en serio la salud pública? ¿Ponerla de moda, como al fútbol y los partidos políticos?


Sin embargo, existe una macabra complicidad que lucra de tanto “acomodo social e ineficiencia del gobierno” al no exigir respeto en cuanto al tema.  Seguimos formando enormes filas para que nos digan simplemente  “no hay”,  y en lugar de ayudarnos, nos maltrate un “profesional” al otro lado del escritorio, la camilla o la ventanilla.  Y es tan sencillo como que, mientras peor sea el sector de salud público, más lucrativo se vuelve el privado.  Porque al final de cuentas la salud podría postergarse, pero la muerte no.  Tal parece que existe un negocio público-privado  manteniéndonos enfermos.  Como el resto de los problemas sociales, dada la inconsciencia colectiva ciudadana, se lucra eternamente de la enfermedad, no así de la cura.  Como los gobiernos lucran directa o indirectamente de los problemas, no así de las soluciones.  En consecuencia, mantener un panorama de salud mediocre para toda nuestra población, ha hecho a mucha gente rica en este país, pero a muchísimos más eternamente enfermos. El carácter empresarial que se le ha querido dar recientemente a algunas instancias de la salud pública, es algo tan vacuo como costoso, complejo e improductivo.  Desde sus autoridades, que muestran muy baja sensibilidad social, hasta el resto ciudadano que no sabe (ni parece interesarle) lo que significa la buena salud.

miércoles, 19 de junio de 2013

Un buen equipo y un mejor gobierno



Hoy amanece el país en esa extraña calma, como después de la tormenta.  Pero lo que más me llama la atención es que muy pocas personas quieren “hablar del tema”.  La fiebre se ha ido, la emoción naufragó, la marea o la extrema o como quieran llamarle “roja” se desangró, ¿O acaso sería mejor decirle, se desinfló? Es la típica actitud de cuando hay un problema, mirar hacia otro lado. ¿Entonces por qué asombrarnos de que nuestro equipo cambiara totalmente después del primer gol, si el mismo país se rinde tan fácilmente?  E incluso, el técnico sólo se limita a comentar que “hay que pasar la página”.  ¿Y con esa actitud llegaremos a un mundial? Una actitud tan emocional, tan sentida, de la directiva técnica, de los fanáticos, de los mismos jugadores (que frustrados recurrieron a cuadros violentos de muy bajo perfil)  Desde chico me enseñaron que si uno no afronta un problema, el problema regresa agrandado.  El panameño vive encerrado en lecciones que no quiere aprender.  Por eso, veinte años después de una dictadura, también de veinte años, nos inclinamos peligrosamente a tolerar otra forma de autoritarismo.  Porque nos apresuramos a borrar los malos recuerdos, antes de que el aprendizaje cuaje.  Si socialmente corremos a olvidar todo lo malo, repetiremos los mismos errores una y otra vez.  Después del primer gol apagué la televisión, y cuando los vecinos lloraron el segundo, supe que había hecho lo correcto. “Jugamos como nunca, y perdemos como siempre…” es la frase de un perdedor, dicen.  Al perdedor no lo hacen las frases, sino sus propias acciones.  Porque cada acción debe ser determinada por la autocrítica, la corrección y el enmiendo.  Pero si satanizamos la crítica y a todo el que critica, pues, regocijémonos en nuestra propia ignorancia y mediocridad, de llorar como niños lo que jamás defendimos como hombres (ni entendimos como adultos)  La selección no es consistente.  La consistencia se presta para ganar, mantenerse, y llegar más lejos.  La inconsistencia es propia del que vive a tumbos.  Cuando el ganador cae se levanta para avanzar.  El perdedor se levanta para huir. 

Ayer, caímos frente a nuestro eterno rival, vecino y hermano: Costa Rica.  Todavía no metemos goles, todavía nos quejamos del director, todavía seguimos perdiendo.  Aunque en el fondo todo panameño sabe que Panamá no haría gran cosa en el mundial, porque jugamos como el estudiante que estudia para sacar tres.   Jugamos para llegar a un mundial, no para competir en él.  El sentido común, muy lejos de tecnicismos, excusas y publicidad, nos impide creer totalmente el cuento.  Un equipo no se arma con un par de excelentes jugadores, ni  dos empresas lucrando del deporte, “la ingenuidad” y el alcoholismo panameño.  Cuando aprendamos a unirnos porque no recogen la basura, porque no llega el agua, porque no hay medicinas en el seguro, porque el transporte es una basura, por el costo de la canasta básica, porque el gobierno nos endeuda desmesuradamente, por los escándalos de mal manejo  del recaudo de nuestros impuestos, para tener un poquito más de dignidad social… Sólo cuando aprendamos a decir que NO, recordando a Demetrio Herrera Sevillano (1902-1950) 

Paisano mío,
panameño;
tú siempre respondes: «sí».
Pero no para luchar.
Que no para protestar
cuando te ultrajan a ti.

Sólo después, sacaremos un buen equipo y un buen gobierno.  Nos dejamos llevar por los medios de comunicación.  Panamá ha mejorado futbolísticamente hablando, eso es innegable.  Pero  no por eso hemos ganado el derecho a ir a un mundial.  El automatismo, la inmediatez y el carácter hedonista de nuestra sociedad, nos masifican, pero jamás solidarizan.  Hemos perdido el concepto de lucha social, por el de masa.  Un país tan consumista, que prefiere importar más que producir (peor en este gobierno) no logra el coraje y la disciplina de insistir en la producción de nuestras propias opciones.  Con esa actitud jamás tendremos un buen equipo, ni mucho menos un  buen gobierno. 

jueves, 13 de junio de 2013

El patio limoso que llevan dentro



A veces escucho a personas decir con algún tipo de orgullo: “Yo salí del barrio”… entonces les pregunto: “¿Y habrá salido el barrio de ti?”.  En cierta ocasión alguien me aclaró que “chombo” no es un color, sino una actitud.  Entiéndase, hay blancos con actitud de chombos.  También me explicaron que uno puede ser total y perfectamente pobre, sin ser chusma.  Porque la chusma existe aún en las clases adineradas. Como panameños y como individuos nos hemos acostumbrado a percibir el lado emotivo de las cosas, no el racional.  Vivimos de estereotipos, prejuzgamientos e intolerancia.  ¿Falta de educación?...no, cada día vemos más y mejores profesionales que como personas dejan mucho que desear.  ¿Mala crianza?...no siempre.  ¿Cultura?...quizás un poco.  En resumen, hablo del conjunto de factores (casa, escuela y sociedad)  que yo denomino “Formación personal”. Nuestra sociedad, tan hedonista e inmediatista,  deforma en lugar de formar. Lo malo se convierte en bueno porque todo el mundo lo hace, y las mentiras en verdades porque todo el mundo las repite.
El patio limoso no sale de la cabeza de muchos panameños, incluyendo notables políticos y autoridades.  Dicho sea de paso, varios de los cuales jamás han compartido experiencias in situ.  ¿Fenómeno socio-cultural?...  Sería muy triste tener que aceptar, que los panameños sólo mantenemos en común actitudes vivenciales de tan bajo perfil (juega vivo y poco importa)  Sin embargo, el aberrante mutismo de la gente decente de Panamá, ha empezado a tomar proporciones epidémicas.  Estos últimos años la política criolla ha dado un giro avieso, por no decir escatológico (cito lo del Lomotil) y violento (citando aquella grabación de los huesos rotos) 
En el patio limoso no cesan las trifulcas, en las cuales casi siempre gana el más vulgar o el que más grita, no así quien tenga la razón.  Lo de “limoso” es evidente, digo, una ciudad que no sabemos si están re-construyendo o destruyendo.  La acumulación de las aguas negras, la recolección de la basura, la actitud higiénica del ciudadano.  En el patio limoso todos los vecinos conviven en un espacio tan pequeño, compartiendo casi la misma realidad socio-económica.  El nivel formativo individual (que antes mencionaba) es muy similar entre los huéspedes, que tampoco desean mejorar sus circunstancias.  No pocas veces  bajo una perspectiva de vida parasitaria, “subsidiados” por decirlo de una forma más política (beca, tanque de gas, electricidad, pasaje)  En el patio limoso no hay autoridad, o mejor dicho, la autoridad se manifiesta inútilmente y casi siempre después de trágicos acontecimientos.  Existe mucho terror cotidiano (sostenidas amenazas)  y un par de “elementos controlando el área”...  La autoridad termina mimetizándose en mediocre comensalismo con el barrio (corrupción nacional) y triunfa la bribonada  en cualquiera de sus formas.  En el patio limoso los vecinos también se espían los unos a los otros, ya fuera para generar habladurías, o sacarse los trapos entre ellos, jamás en beneficio de alguien.
En el patio limoso los inquilinos se quejan de que no tienen forma de suplir sus necesidades básicas existenciales, sin embargo poseen modernos equipos de entretenimiento.  Podrán compartir el mismo baño,  pero no tanto como el plasma o el celular inteligente.  No tendrán comida, pero sí “bebida”.  Y ese mismo carácter vacuo de suplir lo superfluo más allá de lo realmente necesario, lo vivimos a macro escala en este “progreso” que sólo construye, pero no baja el precio de la comida, el combustible, nos ha encarecido la vida y ni siquiera recoge bien la basura de nuestro patio limoso. En el patio limoso también vive mucha gente honesta, inteligente, capaz y honrada, que se esconde y calla mientras se alborotan los escándalos, la campaña sucia, las trifulcas, los insultos, la balacera.  En consecuencia, sería conveniente reflexionar un poco más cada vez que veamos un reportaje del gueto, barrio, o patio limoso.  Pensando si de verdad estamos excluidos de semejante realidad, o acaso vivimos tan inmersos en ella que no la vemos, o no queremos reconocer en nosotros mismos.

Dosificando el veneno social del cambio



Así como trajeron a MiBus (del Metro Bus) una compañía extranjera para que maneje todo el transporte del país, quitándoles el negocio a comerciantes nacionales, sin importar el sufrimiento y todo el malestar que nos han traído.  Lo mismo hacen con el resto del país, arrancándolo de las manos de todos. Pero de forma tan elaborada, que el panameño “de a pie” no lo percibe.  El asunto está en manipular las proporciones, hasta que un día amanezcamos descubriendo por fin que vivimos en un país inmanejable, por lo económicamente  desproporcionado.  Y el cuento es tan bueno, que muchos extranjeros han empezado a migrar para vivir “el sueño panameño”.  Sería interesante conocer cuántos inmigrantes llegan, por cada turista que nos visita.  Así podríamos saber, si nuestra proyección internacional funciona correctamente.
No podemos pagar con efectivo el autobús.  Únicamente utilizando aquella tarjeta  cuyo funcionamiento, dicho sea de paso,  ha ocasionado iguales o mayores problemas a los del servicio en sí.  Muy pronto en los corredores sólo se viajará mediante tarjeta.  Si bien tenemos una moneda habilitada para circular en todo el país, ¿Por qué en los corredores y el Metro Bus no se puede pagar con ella?  Es como si nuestra moneda nacional, sólo sirviera en ciertos lugares, caso tal no deberíamos llamarle “nacional”. ¿O será que debemos cambiar algunas leyes, para que Panamá se adapte al nuevo esquema del cambio?  Porque la filosofía de este gobierno no es adaptarse al estado, sino que el estado se adapte al gobierno.
Pesamos el pan al pagarlo.  Supuestamente, a un pan menos pesado, un costo menos elevado. A mi parecer, el pan sigue pesando lo mismo pero más caro.  ¿Dónde podría estar la ganancia del consumidor? Tal vez al comprar más pan, el precio total sea levemente menor a cuando lo compramos por unidad. Pero el panameño no compra en cantidad, sino lo que le permita la quincena.  Algo bastante similar ha ocurrido pasándonos de libras a kilos.  La libra era una cantidad más pequeña y manejable.  Cosa que no ocurre con el kilo, 2.204 libras.  Ahora el panameño tiene que acostumbrarse a trabajar con grandes cantidades, o aprender a pedir en fracciones de kilos.  De cualquier forma terminamos pagando más.
Con el cambio de galones a litros, vamos de una cantidad mayor a otra menor.  En un galón hay 3.785 litros.  Cada vez que compramos gasolina, parece que le echáramos más cantidad de unidades.  Es correcto, echamos más unidades, pero unidades más pequeñas. ¿En qué nos afecta esto? Que ahora los aumentos se darán en función de cantidades “menores”, creándonos la falsa sensación de que el aumento es poco.   Si uno tiene mucho dinero, le resulta más barato manejar grandes cantidades de cada cosa que compra.  Pero si no, las cantidades pequeñas son mucho más adaptables a nuestra economía. Luego, considerando la pésima distribución de riquezas panameñas, y que la mayor parte de nuestra población se maneja con pequeñas cantidades de efectivo, concluyo que trabajar en grandes cantidades a mediano o largo plazo termina mal afectándonos. 
Como quien induce mucho veneno en pequeñas dosis, adicionando todos los demás incrementos de precios en nuestra economía (electricidad, combustible, impuestos) para evitar reacciones nos deslumbran con todo este falso progreso, jamás equitativo, que nunca será nuestro.  Como el galgo correteando la liebre de cartón, o el insecto sintiendo el creciente calor de la llama que lo atrae y calcina.  Así nos traen, sufriendo engañados.  Sin embargo, el voto sigue siendo nuestro. ¡Que Dios salve a Panamá!... o lo que dejen de ella.

martes, 28 de mayo de 2013

¿Ciudadanos, empleados o esclavos?


He pensado en más de una ocasión, por qué este gobierno nos trata como lo hace.  Tratando de ser objetivo, escucho detenidamente todos sus alegatos, pero no hay substancia que me dé arraigo racional.  Algún tiempo lejano, muy lejano, quise creerles, y de hecho así lo hice.  Pero el encanto me duró poco.  Ante los acontecimientos, cualquier ser humano de mediano alcance intelectual, se daría cuenta que no sólo engañan, sino que también explotan.  Lo que no tiene sentido de todo esto, es su insistencia enfermiza de hacernos creer que es para el bien de todos.  Un progreso que nos aplasta, que no toma en cuenta al pueblo, al ser humano, a la gente, no es bueno.  Como muy torpes sofistas, convenciéndonos de que la realidad es otra.  Esta arremetida brutal que le han montado al panameño, no tiene arte.  Por todos lados, resuena la palabra “corrupción”, y el patético recuerdo de “entran pobres y salen millonarios”. Este gobierno parece una broma de muy mal gusto, una morisqueta que trunca en llanto.Como si construir un par de carreteras, mal arreglar dos huecos, ampliar calles y prometer cosas fuera más importante que la supervivencia ciudadana.  Con esa otra frase “las molestias pasan y las obras quedan”, nos ponen a sufrir como burros de carga.  ¿Pero quién gana realmente? Porque los alimentos siguen caros, el combustible y el costo de la vida aumentan.  Este progreso no llega realmente al panameño.  Sin embargo, lo peor de decir mentiras, no es precisamente decirlas sino creérselas.  Y me parece que ellos  han empezado a creérselas.  Los otros gobiernos pecaban de mayor lentitud e inacción, sin embargo, éste sufre de agresividad eventualmente innecesaria hacia el propio nacional.  Como si realmente nos odiaran.  El asunto de los metros buses es algo que lo demuestra.  Cómo tratan a la gente, como si fuera ganado.  Igual con las jumbo feria, formar filas inhumanas esperando a que “el sistema” se compadezca.



Todo queda en entre dicho o entre visto, como si nos hicieran un favor de agradecimiento vitalicio.  Como si esto fuera “algo” antes jamás visto por  los pobres e inmerecidos ojos panameños. ¿Pero por qué pensarán que debemos agradecerles que hagan su trabajo, que construyan con el dinero de nuestros impuestos  y justifiquen el salario que les pagamos? A no ser que verdaderamente crean que, en lugar de servirnos ellos a nosotros, nosotros tengamos que servirles a ellos.  Como si no se tratara de un gobierno, pueblo y empleados públicos;  sino de dueños, un negocio y sus empleados. ¿Indeseable efecto colateral, al fusionar el poder público con la empresa privada?  Y como aquí en Panamá, muchos de los dueños no ven a sus empleados como colaboradores, sino como esclavos... pues, así han empezado a tratarnos.  Nos azotan a diario con semejante mediocridad, y encima debemos reírnos agradeciéndoles tanto maltrato social (tranques, transporte, costo de la vida, agua, aseo, electricidad etc.) Como si debiéramos agradecerles que "embellezcan" a la ciudad (con nuestro dinero) sin proveernos más y mejor comida, salud, seguridad y educación pública.  Por eso, por esa equivocada forma de pensar, megalómana, prepotente y de ponerle precio a todo, por eso nos tratan así.  Como si no valiéramos como humanos, sino sólo por cuánto (y lo que)  producimos, o qué tanto nos arrastramos. Eso se llama: CAPITALISMO SALVAJE, y los panameños lo estamos sufriendo en carne propia a diario.  Sin embargo, el peor riesgo de mentir,  es terminar creyendo la mentira.  El hombre jamás puede estar al servicio del progreso.  No hay progreso “bueno”, que desestime la existencia humana.  Esa es la verdad, y el panameño ha empezado a entenderla.

Como el perro que se muerde la cola


 
 
¿Podemos decir que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar?...en Panamá no.  Mejor aún, respondamos la pregunta: ¿Cuántas veces tropieza un hombre con la misma piedra antes de aprender?, diciendo que ya por fin certificamos por qué Cambio Democrático no firmó el pacto electoral… Deprime, por no decir asquea la situación político-social panameña.  La sociedad panameña es como un zombi que camina medio muerto y medio vivo, con una nube de aves carroñeras picándole la espalda.  Si yo hubiera vivido antes del golpe de estado del 68, diría que Panamá está viviendo niveles de corrupción política muy similares a aquel entonces.  Y eso me preocupa, por la consecuencia inmediata que ha de esperarse según el buen ejercicio de la lógica…nada bueno, en resumidas cuentas.  Que los panameños estemos reviviendo tristemente  un déja vu,  más de dos décadas hacia atrás. Tenemos más carreteras, mejores salarios, mayor deuda, más edificios pero ¿Estamos mejor? ¿Igual? o ¡Peor!  Lo que le pasó al aspirante a alcalde del PRD, tropezar con la misma piedra, nos está pasando a todos los panameños.  ¡Ojo!

Yo escuché la grabación, y debo confesar que me parece increíble.  Pese a su anterior traspié con el caso Murcia, me llamó positivamente la atención que el señor Velásquez mantuviera la cordura, sin cogerse a insultos con nadie, como lo hicieron dos de sus precandidatos presidenciales en las campañas pasadas.    El nivel de decencia manifestado durante esta campaña interna del candidato, e inclusive su facilidad de expresión, por no decir el grado académico, me dificulta creer en aquella grabación (más propia de un maleante)  Sin embargo, desde el punto de vista técnico no tengo por qué dudarla, sin equipo especializado, me parece que no hay modulaciones extras, ni cortes, ni variaciones en el ruido ambiente ni nada que me haga sospechar que las frases más contundentes fueron prefabricadas.  Ahora, mucho menos he de repetir cuáles fueron.  Pero, hablando de “remembranzas”, cómo he de olvidar aquella grabación tan célebre de una tal “Raque” en los tiempos de la dictadura, exponiendo a una figura pública de aquel entonces.

Las grabaciones, los chantajes, los “recuerdos”, los regresos, las vueltas en círculo de las figuras públicas y políticas panameñas es algo triste.  Sobre todo porque parece que no avanzamos en el tiempo, estamos estancados en lo peor de nuestra historia social, cívica, no sé cómo decirlo.  Pareciera que estuviéramos predestinados a vivir revolviéndonos en el miasma. ¿Por qué el presidente fue una de las primeras figuras en hablar de la grabación?...no por eso podemos, ni debemos vincularlo a la misma. Sin embargo, crea una terrible suspicacia.  Sabrá el presidente que atribuyéndose la “exclusividad” de semejante primicia, más que mandar un mensaje de terror a la oposición, o a cualquiera que se le oponga, lo desluce (por no decir anula) como la primera autoridad del país.  Porque, en lugar de velar por la seguridad de la persona señalada, evitando que se cometa un delito, lo maneja a modo de bochinche de patio limoso.  Recordando también pues, que hace poco el gobierno le dio asilo a una figura acusada de espionaje interno, chantaje y soborno en un país hermano.  Nada de esto habla bien del gobierno, del presidente, ni siquiera de su partido político.


Pero, lo que más me deprime, por no decir asquea de la situación, no es la sorprendente actitud de los políticos, ni de las autoridades panameñas, ni el hecho de que vivimos inmersos en una vorágine vandálica de la peor calaña que define de antemano nuestro futuro nacional.  Lo que más me asusta y preocupa de todo esto es la indolencia del pueblo panameño.  Aparte de reducidos grupos sociales y los políticos (los mismos de siempre, o los nuevos de ahora) al panameño común, al panameño “de a pie” parece que le diera igual todo lo que le pasa al lado.  Como si aquí cada cual estuviera por robarse un pedazo de lo de todos, cuidar su hueso o mirar para otro lado.  Las personas comunes no exigen cuentas, no reclaman, no se involucran, no participan, sólo callan y se evaden como si nada estuviera pasando, o nada hubiera pasado.  Por esa actitud de olvidar tan pronto, o de no valorar los acontecimientos que nos vienen encima, por esa misma actitud regresamos siempre a revivir lo peor de nuestra historia (antes, durante y después de la dictadura) Porque no aprendemos, y tampoco queremos aprender a manifestarnos, y vivimos como el perro que da vueltas mordiéndose la cola.