MASLEIDOS

jueves, 21 de julio de 2016

La educación, nada más allá del orgullo


He venido escuchando por la televisión y la radio muchas opiniones sobre la huelga docente, la mayoría repetidas. Yo no sé quién se copió de quién, pero ahora todo el mundo cree que “es justo que los maestros ganen lo que están pidiendo pero…” y luego dan inicio a una longaniza de justificaciones en contra. ¿Por qué no decirlo sin ambages?. Lo que están pidiendo los docentes es demasiado injusto para con muchas otras profesiones, igual o más “sufridas”. Pedir algo así en otras profesiones, equivaldría a ser familiar del dueño de la empresa (para la privada) o estar dentro del partido gobernante (para la pública)

El gobierno pasado montó una muy elaborada campaña de desprestigio al gremio docente (médicos, obreros etc.) malsanamente capitaneada por una exlíder de los medios de comunicación. De allí inició el desprestigio de figuras cuyo más público pecado, fue luchar por sus derechos (monetarios o no). Varias personas desde el anonimato, odian con toda su alma a esos líderes, que dicho sea de paso, ni siquiera conocen. Entonces yo me pregunto: ¿Por qué no odiar así a los malos políticos, que para colmos reeligen?

Antes, ser docente era un orgullo, ¿Ahora?... Desde que politizaron la educación se perdió el amor a la carrera y la vocación. Lo cual, también se vio reflejado en los salarios devengados. La educación se fue quedando atrás en todos los sentidos. Finalmente, el espíritu de la lucha gremial mutó principal y exclusivamente en mejoras salariales. Lo cual ha ocurrido con otros gremios, y el pueblo en general. ¿Será que en Panamá ya no hay por qué luchar?

Exigirle a los docentes que “mejoren” proporcionalmente al aumento que recibirán, es similar a que repongan clases y reviertan la afectación de la huelga. Léase, nada. ¿Podrá un maestro preparado deficientemente, bien formar a un alumno?. Para que la educación (y todo lo demás) mejore en Panamá, habría que subir no sólo los salarios, sino nuestros niveles de exigencia (en todo) desde la admisión hasta la titulación del docente, y aún después. Nivel de exigencia que debe ser naturalmente transmitido a los estudiantes. De lo contrario ocurrirá igual que con la policía; a quienes suben el salario periódicamente, tan sólo para reforzar su evidente adicción a los celulares. O por no decir menos, ¿Usted cree que el accionar de nuestros legisladores, justifica su enorme salario? ¿O habrá que pagarles más, para que legislen a favor y no en contra del pueblo? Nuestro problema no es subir, sino exigir. Pero está claro que, fuera de las redes virtuales, nadie exigirá nada en este país.

Ahora bien, ¿Qué representa educarse en Panamá?... orgullo muerto. Porque, como mencionaba antes, si no se es amigo de alguien, o copartidario, los títulos sobran en la pared. Así nuestras empresas, públicas y privadas, se han llenado de mediocres lisonjeros, pusilánimes sin carácter ni capacidad. Porque, para ser franco, en nuestros climas organizacionales “la rueda sólo gira” por mero espíritu de improvisación, remuneración y dominación (ego) administrativa.

En Panamá, la gente “estudiada” es carne de voto para los pésimos políticos y carne de cañón para los comerciantes avaros. Por eso la administración pasada quiso reemplazar la educación por el entrenamiento en cómputo e inglés. Y nos vendieron el mote de que en Panamá todos debíamos ser micro, mini, nano empresarios, mientras, paralelamente desprestigiaban a los representantes del gremio educativo y a los profesionales panameños, dando rienda suelta a la entrada de extranjeros. Y muchos panameños, resentidos con sus propios paisanos, aplaudieron y siguen aplaudiendo esta medida (que el actual gobierno hipócritamente ha mantenido). Y votarían de nuevo por el mismo gobierno que según ellos “robó, pero hizo”. ¿Entonces, bajo semejante criterio de exigencia, podemos exigirles a los maestros que se superen?

Ya que vivimos en un país consumista, bastante carente de mística y vocación, seamos honestos. En Panamá la educación dejó de importar hace mucho, porque es algo que no genera más allá del orgullo. Los profesionales más destacados, tuvieron que mezclar su profesión con los negocios para no terminar comiéndose el título. Como los médicos, lucrando de la quiebra de la salud pública (salvo muy honrosas excepciones, claro está). E inclusive, la educación privada, lucrando de la quiebra de la pública (reitero, salvo muy honrosas excepciones). Si no lo cree, pregunte cuántos albañiles, policías y conductores privados, ganan ahora más dinero que abogados, ingenieros, médicos e inclusive profesores. Vivimos en un país con mucho (y muy mal distribuido) poder adquisitivo, al que dejó de importarle la educación hace rato. Hay un enorme vacío entre lo que enseñan las casas de estudio y lo que manejan las empresas. Lo cual, tampoco se resolverá importando mano de obra y profesional del extranjero, sino educando más y FORMANDO mejor a los panameños.

Subirle el salario a los educadores, no hará que eduquen mejor. Sobre todo porque hay una parte de la educación fundamental, que se ha venido obviando de hace un par de generaciones atrás. La formación en casa, que muy perezosamente los padres (los mismos que ahora satanizan a los educadores) han delegado a los maestros. Sin formación, la educación no sirve. Es como creer que poniéndole saco y perfume a un pepenador, lo sacaremos de las calles.

En honor a la verdad, lo único que mejorará las cosas en nuestro muy querido Panamá, es, curiosamente, lo que ninguno de nosotros está dispuesto a dar: SOLIDARIDAD. Habría que preguntarles a los maestros y profesores, si han venido enseñándoles a sus alumnos que solidaridad no es amiguismo. Porque, aunque se parezcan mucho, el amiguismo en los pueblos, causa el efecto absolutamente contrario al de la solidaridad. Porque a la larga, el amiguismo condena, pero la solidaridad libera. Andamos desunidos, reciclándonos en el odio y la división que nos han sembrado un par de enfermos, corruptos y avaros acumuladores, públicos o privados. Los mismos que, de darse el aumento a los educadores, anularán sus efectos encareciéndonos aún más la vida a todos porque… “ellos no pueden perder”.