MASLEIDOS

viernes, 27 de junio de 2014

Aunque vivamos repitiendo que somos libres



¿Por qué el panameño no reacciona a ciertos acontecimientos que si bien lo superan, tampoco le impiden quejarse?  Pudiera ser la idiosincrasia, pasividad, falta de solidaridad, falta de identidad, no sentirnos parte de la realidad política  etc.  No digo que congos, porque congos no somos. Con tantos campeones de boxeo, golpes de estado y habiendo guerreado contra la primera potencia del mundo, nos podrán decir lentos pero no congos.  Ni tolerantes, porque no conocemos el significado de la solidaridad.  Por más “frenes” que seamos, no sabemos trabajar en equipo (ni en el deporte)  Y aunque de naturaleza tenemos buenos sentimientos, por un problema de madurez social muchos siguen siendo egoístas e indolentes.  
  
A los trabajadores panameños les preocupa más que un compañero gane cien dólares por encima suyo, que un político cobre varios miles y se rebusque otros más. Porque nos hemos acostumbrado a vivir sometidos por las esferas de poder, que se mantienen gracias a nuestra explotación. Vemos normal que las autoridades se rebusquen, pregonando que “todos se rebuscan”. Y adoptamos un mecanismo poco ético de supervivencia individualista que mal llamamos juega vivo, para pelearnos las migajas que socialmente nos salpican los maleantes de alto perfil.  La corrupción parece haber hecho metástasis en la sociedad panameña, pero nos mantenemos en fase de negación, como si el daño no fuera tal.  Estos parásitos viven de la miseria social, por eso jamás la curarán.  Porque una sociedad sana, orgullosa y preparada no permite políticos ni ciudadanos mediocres (concibiendo la corrupción como uno de los peores síntomas de la mediocridad y estupidez humana)

Hemos vivido tanto tiempo abusados por este tipo de personas, que nuestro estrato social ni siquiera puede soñarse de otra forma.  Asumimos con naturaleza que nos atiendan en un campo de concentración, sin insumos y médicos groseros.  Porque a la privada sólo va el que puede, como si la buena salud fuera derecho pudiente. Aceptamos formar intestinales filas de hambre, sol y lluvia porque “allí está la comida barata”.  Peor aún en el transporte, madrugando para ir a un trabajo mal remunerado. Ahora nos contentan con becas paupérrimas, mochilas y computadoras, en una educación figurativa. Los alumnos reciben más entrenamiento que educación, en salones de clases eternamente dañados.  Porque las masas no deben aprender a pensar, sólo a seguir instrucciones. Crecemos cuidándonos de la inseguridad, porque aceptamos de facto que las autoridades son decorativas y nuestras leyes sólo existen para proteger al más maleante.

Han pasado tantas generaciones en este círculo de sometimiento, que de un momento a otro empezamos a confundir la libertad, con volvernos mayorales o empleados de confianza de la corrupción.  Pero seguimos siendo esclavos, ancestralmente reciclados en una telaraña de sálvese quien pueda, y juega vivo a multiniveles. Los políticos nos dan miseria, para mantenernos votando por un sueño que ni siquiera nos atrevemos a soñar: La Libertad.  Sin embargo, la libertad no sólo se trata de “soñar” sino de vivirla, sentirla, entenderla, exigirla.  Y mientras nos sintamos esclavos, siempre habrá un amo que nos someta, aunque vivamos repitiendo que “somos libres”.

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