MASLEIDOS

miércoles, 19 de junio de 2013

Un buen equipo y un mejor gobierno



Hoy amanece el país en esa extraña calma, como después de la tormenta.  Pero lo que más me llama la atención es que muy pocas personas quieren “hablar del tema”.  La fiebre se ha ido, la emoción naufragó, la marea o la extrema o como quieran llamarle “roja” se desangró, ¿O acaso sería mejor decirle, se desinfló? Es la típica actitud de cuando hay un problema, mirar hacia otro lado. ¿Entonces por qué asombrarnos de que nuestro equipo cambiara totalmente después del primer gol, si el mismo país se rinde tan fácilmente?  E incluso, el técnico sólo se limita a comentar que “hay que pasar la página”.  ¿Y con esa actitud llegaremos a un mundial? Una actitud tan emocional, tan sentida, de la directiva técnica, de los fanáticos, de los mismos jugadores (que frustrados recurrieron a cuadros violentos de muy bajo perfil)  Desde chico me enseñaron que si uno no afronta un problema, el problema regresa agrandado.  El panameño vive encerrado en lecciones que no quiere aprender.  Por eso, veinte años después de una dictadura, también de veinte años, nos inclinamos peligrosamente a tolerar otra forma de autoritarismo.  Porque nos apresuramos a borrar los malos recuerdos, antes de que el aprendizaje cuaje.  Si socialmente corremos a olvidar todo lo malo, repetiremos los mismos errores una y otra vez.  Después del primer gol apagué la televisión, y cuando los vecinos lloraron el segundo, supe que había hecho lo correcto. “Jugamos como nunca, y perdemos como siempre…” es la frase de un perdedor, dicen.  Al perdedor no lo hacen las frases, sino sus propias acciones.  Porque cada acción debe ser determinada por la autocrítica, la corrección y el enmiendo.  Pero si satanizamos la crítica y a todo el que critica, pues, regocijémonos en nuestra propia ignorancia y mediocridad, de llorar como niños lo que jamás defendimos como hombres (ni entendimos como adultos)  La selección no es consistente.  La consistencia se presta para ganar, mantenerse, y llegar más lejos.  La inconsistencia es propia del que vive a tumbos.  Cuando el ganador cae se levanta para avanzar.  El perdedor se levanta para huir. 

Ayer, caímos frente a nuestro eterno rival, vecino y hermano: Costa Rica.  Todavía no metemos goles, todavía nos quejamos del director, todavía seguimos perdiendo.  Aunque en el fondo todo panameño sabe que Panamá no haría gran cosa en el mundial, porque jugamos como el estudiante que estudia para sacar tres.   Jugamos para llegar a un mundial, no para competir en él.  El sentido común, muy lejos de tecnicismos, excusas y publicidad, nos impide creer totalmente el cuento.  Un equipo no se arma con un par de excelentes jugadores, ni  dos empresas lucrando del deporte, “la ingenuidad” y el alcoholismo panameño.  Cuando aprendamos a unirnos porque no recogen la basura, porque no llega el agua, porque no hay medicinas en el seguro, porque el transporte es una basura, por el costo de la canasta básica, porque el gobierno nos endeuda desmesuradamente, por los escándalos de mal manejo  del recaudo de nuestros impuestos, para tener un poquito más de dignidad social… Sólo cuando aprendamos a decir que NO, recordando a Demetrio Herrera Sevillano (1902-1950) 

Paisano mío,
panameño;
tú siempre respondes: «sí».
Pero no para luchar.
Que no para protestar
cuando te ultrajan a ti.

Sólo después, sacaremos un buen equipo y un buen gobierno.  Nos dejamos llevar por los medios de comunicación.  Panamá ha mejorado futbolísticamente hablando, eso es innegable.  Pero  no por eso hemos ganado el derecho a ir a un mundial.  El automatismo, la inmediatez y el carácter hedonista de nuestra sociedad, nos masifican, pero jamás solidarizan.  Hemos perdido el concepto de lucha social, por el de masa.  Un país tan consumista, que prefiere importar más que producir (peor en este gobierno) no logra el coraje y la disciplina de insistir en la producción de nuestras propias opciones.  Con esa actitud jamás tendremos un buen equipo, ni mucho menos un  buen gobierno. 

jueves, 13 de junio de 2013

El patio limoso que llevan dentro



A veces escucho a personas decir con algún tipo de orgullo: “Yo salí del barrio”… entonces les pregunto: “¿Y habrá salido el barrio de ti?”.  En cierta ocasión alguien me aclaró que “chombo” no es un color, sino una actitud.  Entiéndase, hay blancos con actitud de chombos.  También me explicaron que uno puede ser total y perfectamente pobre, sin ser chusma.  Porque la chusma existe aún en las clases adineradas. Como panameños y como individuos nos hemos acostumbrado a percibir el lado emotivo de las cosas, no el racional.  Vivimos de estereotipos, prejuzgamientos e intolerancia.  ¿Falta de educación?...no, cada día vemos más y mejores profesionales que como personas dejan mucho que desear.  ¿Mala crianza?...no siempre.  ¿Cultura?...quizás un poco.  En resumen, hablo del conjunto de factores (casa, escuela y sociedad)  que yo denomino “Formación personal”. Nuestra sociedad, tan hedonista e inmediatista,  deforma en lugar de formar. Lo malo se convierte en bueno porque todo el mundo lo hace, y las mentiras en verdades porque todo el mundo las repite.
El patio limoso no sale de la cabeza de muchos panameños, incluyendo notables políticos y autoridades.  Dicho sea de paso, varios de los cuales jamás han compartido experiencias in situ.  ¿Fenómeno socio-cultural?...  Sería muy triste tener que aceptar, que los panameños sólo mantenemos en común actitudes vivenciales de tan bajo perfil (juega vivo y poco importa)  Sin embargo, el aberrante mutismo de la gente decente de Panamá, ha empezado a tomar proporciones epidémicas.  Estos últimos años la política criolla ha dado un giro avieso, por no decir escatológico (cito lo del Lomotil) y violento (citando aquella grabación de los huesos rotos) 
En el patio limoso no cesan las trifulcas, en las cuales casi siempre gana el más vulgar o el que más grita, no así quien tenga la razón.  Lo de “limoso” es evidente, digo, una ciudad que no sabemos si están re-construyendo o destruyendo.  La acumulación de las aguas negras, la recolección de la basura, la actitud higiénica del ciudadano.  En el patio limoso todos los vecinos conviven en un espacio tan pequeño, compartiendo casi la misma realidad socio-económica.  El nivel formativo individual (que antes mencionaba) es muy similar entre los huéspedes, que tampoco desean mejorar sus circunstancias.  No pocas veces  bajo una perspectiva de vida parasitaria, “subsidiados” por decirlo de una forma más política (beca, tanque de gas, electricidad, pasaje)  En el patio limoso no hay autoridad, o mejor dicho, la autoridad se manifiesta inútilmente y casi siempre después de trágicos acontecimientos.  Existe mucho terror cotidiano (sostenidas amenazas)  y un par de “elementos controlando el área”...  La autoridad termina mimetizándose en mediocre comensalismo con el barrio (corrupción nacional) y triunfa la bribonada  en cualquiera de sus formas.  En el patio limoso los vecinos también se espían los unos a los otros, ya fuera para generar habladurías, o sacarse los trapos entre ellos, jamás en beneficio de alguien.
En el patio limoso los inquilinos se quejan de que no tienen forma de suplir sus necesidades básicas existenciales, sin embargo poseen modernos equipos de entretenimiento.  Podrán compartir el mismo baño,  pero no tanto como el plasma o el celular inteligente.  No tendrán comida, pero sí “bebida”.  Y ese mismo carácter vacuo de suplir lo superfluo más allá de lo realmente necesario, lo vivimos a macro escala en este “progreso” que sólo construye, pero no baja el precio de la comida, el combustible, nos ha encarecido la vida y ni siquiera recoge bien la basura de nuestro patio limoso. En el patio limoso también vive mucha gente honesta, inteligente, capaz y honrada, que se esconde y calla mientras se alborotan los escándalos, la campaña sucia, las trifulcas, los insultos, la balacera.  En consecuencia, sería conveniente reflexionar un poco más cada vez que veamos un reportaje del gueto, barrio, o patio limoso.  Pensando si de verdad estamos excluidos de semejante realidad, o acaso vivimos tan inmersos en ella que no la vemos, o no queremos reconocer en nosotros mismos.

Dosificando el veneno social del cambio



Así como trajeron a MiBus (del Metro Bus) una compañía extranjera para que maneje todo el transporte del país, quitándoles el negocio a comerciantes nacionales, sin importar el sufrimiento y todo el malestar que nos han traído.  Lo mismo hacen con el resto del país, arrancándolo de las manos de todos. Pero de forma tan elaborada, que el panameño “de a pie” no lo percibe.  El asunto está en manipular las proporciones, hasta que un día amanezcamos descubriendo por fin que vivimos en un país inmanejable, por lo económicamente  desproporcionado.  Y el cuento es tan bueno, que muchos extranjeros han empezado a migrar para vivir “el sueño panameño”.  Sería interesante conocer cuántos inmigrantes llegan, por cada turista que nos visita.  Así podríamos saber, si nuestra proyección internacional funciona correctamente.
No podemos pagar con efectivo el autobús.  Únicamente utilizando aquella tarjeta  cuyo funcionamiento, dicho sea de paso,  ha ocasionado iguales o mayores problemas a los del servicio en sí.  Muy pronto en los corredores sólo se viajará mediante tarjeta.  Si bien tenemos una moneda habilitada para circular en todo el país, ¿Por qué en los corredores y el Metro Bus no se puede pagar con ella?  Es como si nuestra moneda nacional, sólo sirviera en ciertos lugares, caso tal no deberíamos llamarle “nacional”. ¿O será que debemos cambiar algunas leyes, para que Panamá se adapte al nuevo esquema del cambio?  Porque la filosofía de este gobierno no es adaptarse al estado, sino que el estado se adapte al gobierno.
Pesamos el pan al pagarlo.  Supuestamente, a un pan menos pesado, un costo menos elevado. A mi parecer, el pan sigue pesando lo mismo pero más caro.  ¿Dónde podría estar la ganancia del consumidor? Tal vez al comprar más pan, el precio total sea levemente menor a cuando lo compramos por unidad. Pero el panameño no compra en cantidad, sino lo que le permita la quincena.  Algo bastante similar ha ocurrido pasándonos de libras a kilos.  La libra era una cantidad más pequeña y manejable.  Cosa que no ocurre con el kilo, 2.204 libras.  Ahora el panameño tiene que acostumbrarse a trabajar con grandes cantidades, o aprender a pedir en fracciones de kilos.  De cualquier forma terminamos pagando más.
Con el cambio de galones a litros, vamos de una cantidad mayor a otra menor.  En un galón hay 3.785 litros.  Cada vez que compramos gasolina, parece que le echáramos más cantidad de unidades.  Es correcto, echamos más unidades, pero unidades más pequeñas. ¿En qué nos afecta esto? Que ahora los aumentos se darán en función de cantidades “menores”, creándonos la falsa sensación de que el aumento es poco.   Si uno tiene mucho dinero, le resulta más barato manejar grandes cantidades de cada cosa que compra.  Pero si no, las cantidades pequeñas son mucho más adaptables a nuestra economía. Luego, considerando la pésima distribución de riquezas panameñas, y que la mayor parte de nuestra población se maneja con pequeñas cantidades de efectivo, concluyo que trabajar en grandes cantidades a mediano o largo plazo termina mal afectándonos. 
Como quien induce mucho veneno en pequeñas dosis, adicionando todos los demás incrementos de precios en nuestra economía (electricidad, combustible, impuestos) para evitar reacciones nos deslumbran con todo este falso progreso, jamás equitativo, que nunca será nuestro.  Como el galgo correteando la liebre de cartón, o el insecto sintiendo el creciente calor de la llama que lo atrae y calcina.  Así nos traen, sufriendo engañados.  Sin embargo, el voto sigue siendo nuestro. ¡Que Dios salve a Panamá!... o lo que dejen de ella.