La maldición del fútbol panameño, parece haber alcanzado a cambio democrático. Jugaron como nadie (Metro, Cinta Costera III etc.) y perdieron como todos. Luego escucho a los técnicos silvestres analizar la derrota, despechados, culpándose entre sí y culpando a los demás de su absoluta falta de visión. Porque el ego hinchado del líder, hace invisible lo evidente. Entonces no entendemos qué pasó, y nos ponemos más técnicos que nunca, complicándolo todo. ¿Por qué a pesar de su “apoteósico” gobierno, el pueblo votó como si hubieran hecho nada? ¿Será que el panameño es ingrato? ¿Será que los estrategas de Varela eran demasiado buenos, y los otros terriblemente malos? Esto es tan sencillo como que uno no puede hacer algo con la izquierda y destruirlo con la derecha. El gobierno, detrás de cada cosa buena que hacía, cerraba con otra peor.
Como buenos capitalistas salvajes desestimaron los factores abstractos, fijándose obsesiva y crónicamente en los concretos. Por eso el pueblo los despidió en casi igual proporción a como los contrató (60%) Y aunque hicieron mucho, parece que hicieron nada. Paradoja producida por expectativas irreales, megalomanía, y muy poco conocimiento popular. Porque de habernos conocido un poco más, sabrían que este pueblo condena callado. ¿Cómo enamorar a una persona dándole de todo (cien a los setenta, beca universal, mochilas etc.) y al mismo tiempo maltratándole e ignorándole? Este gobierno, a la mitad del camino dejó de escucharnos, y prefirió escuchar a sus aduladores.
La obra emblemática y faraónica, el metro, la construyeron pasándonos por encima. Sin importar incomodidades, tranques o rabias. Al mismo tiempo repararon todas las calles de la ciudad, sin el mínimo cuidado, afectando nuestra paz social. Por comida barata nos dieron filas viscerales, bajo sol y lluvia, como si fuéramos ganados. Se confrontó a los partidos políticos, medios, gremios, e indios, utilizando eventualmente violencia letal. Se le abrieron las puertas a los extranjeros, satanizando a los ciudadanos de vagos e ignorantes. Nos amenazaban con multarnos, nos impusieron impresoras fiscales, cambios de medida y hasta una moneda. Irrespetaron al pueblo con permanentes actitudes chabacanas y vulgares. Enlodaron aún más la política nacional. Botaron a un procurador, a un alcalde, e intentaron con un vicepresidente. Casi nos ahogan en deuda, inseguridad social, basura y aguas negras. Siempre inmersos en ruidos de corrupción y sobrecostos. Redoblaron los tranques, nos degradaron la calidad de vida, subieron el precio de los alimentos, alborotaron la KPC. Y reemplazaron el sistema de transporte por uno mucho peor, aunque con aire acondicionado. Finalmente, apelaron a la lucha de clases y a la división de nuestras familias, polarizaron al país como en el tiempo de los militares (si no eras amigo, eras enemigo) explotando hasta el ridículo el culto a la personalidad.
Por apenas un puñado de obras, nos borraron la paz social y destruyeron la institucionalidad. ¿Así quién no pierde? Desde que Cambio Democrático subió al poder, remó en dos sentidos opuestos, uno a favor y dos en contra de ellos mismos. E inconscientemente hicieron lo justo y necesario para perder. Por eso el pueblo los trató como si hubieran hecho nada. Tal fue, la paradoja del cambio que no cambia.
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