Yo fui a votar con una “minoría cerebral” a favor del
“Cambio” y otra mayoría en contra. Me aterraba la
idea de que Balbina ganara, y Varela vendió de la peor forma (rindiéndose en el
último round) mi intención de votar “sano” en las pasadas elecciones. Como
votante me sentí desamparado, por no decir: Acorralado. Fue terrible. Después
del anuncio de la alianza, después de haberlos
visto, oído y leído sacarse las tripas e
insultarse en público, esa alianza fue como una secuencia
de escupitajos al rostro, deletreándome la palabra:
Traición. En consecuencia, decidí no votar por
nadie. Pero una muy pequeña parte de mi cerebro
entró en pánico ante la posibilidad de que ganara Balbina, y voté en contra de
mi mayoría cerebral, en contra de mí mismo. Así fue cómo se hizo “la magia negra”, el vudú en mi cerebro. Por el terror.
Habitualmente no tomo decisiones sin pleno
consentimiento cerebral, sin embargo, el miedo pudo más. ¿Qué me decía el resto
de la materia gris? Pues, que no me engañara, que ninguno servía, que la
alianza no funcionaría, que iba a ser malo (aunque jamás imaginé qué tanto) que
no creyera el cuento, el show de los raspados, el bus, la chicha. Y fui a votar, ¡Y resultó esto!... Ahora
entiendo cómo a veces uno hace cosas en un par de minutos, que duran años de
sufrimiento. Cosas que si acaso se piensan, se piensan con la minoría cerebral.
Claro está, el resto de mí presentía que había elegido mal. Inclusive, intelectualmente hablando me escudé en
el hecho de que “no había de otra”. Quise creer que Varela haría peso, por todo
ese asunto de la inexperiencia del “cambio” y la experiencia del panameñismo.
Quise creer que la alianza sería buena, deseché las ideas del empresario “dueño” acostumbrado a mandar
autocráticamente en su negocio. Imaginé a un hombre magnánimo, seguro de sí
mismo y capaz de mediar en beneficio de Panamá. Llegué a creer que, finalmente,
un gobierno de corte empresarial sería bueno para oxigenar la modorra
institucional, la burocracia y el estancamiento en que habíamos quedado después
de la última administración. Ahora entiendo que cuando uno sabe que actuó mal,
casi por reflejo intenta engañarse a uno mismo…y así traté de hacerlo. Pero la
cadena de acontecimientos me ayudaría a no seguir fantaseando. Vino el asunto
de las camisas del presidente. Entonces todo empezó a olerme mal. Luego vino el
aumento del ITBMS, los escándalos del cuerpo diplomático, los cuchillos del MIDES, la ruptura de la alianza, Juan Hombrón, los radares, el alza
indiscriminada de la comida-gasolina, los tranques infernales, el supuesto
golpe de estado, el caso Lavítola y todo un rosario (por no decir intestino) de
“misterios dolorosos” hasta nuestros días.
Todo se ha degradado
tanto en este país, que lo que antes me aterraba, hoy ha empezado a merodear
con ínfulas de factibilidad en mi cabeza. Lo que antes me aterró, ahora cobra
el beneficio de la duda, y pensar así sí que es terrible. ¿Que un terror
pasado, sea mejor que nuestro presente?...da escalofríos, pero aún mucho más
bochorno. La pregunta que me incomoda, culpa y
avergüenza es: ¿Habría sido mejor con Balbina?. Eso en lo personal me deprime,
no tanto por ella, obvio, sino por lo que representa no tener más opciones.
¿Retroceder en el tiempo dos
años, buscando lo malquerido de entonces, como lo mejor de ahora?,
significa que en dos años hemos empeorado. Significa que el tiempo transcurrió
para mal. He de suponer que las obras sociales y de infraestructura pudieran
hacer la diferencia, pero… ¿De qué sirve embellecer a un país invivible? ¿De
qué me sirve el metro si no puedo pagar la comida?
¿De qué me sirve soterrar los cables, si no tengo agua,
y cuando llega sabe a tierra? ¿Los radares sirven para evitar que roben en mi
casa?. Las protestas en este país se han vuelto más crudas, ya cobran muertos.
La gente protesta por agua, por comida, por salario, por vida (los envenenados
del CSS). ¿Acaso eso es más bonito que el metro, o la ampliación de la Domingo
Diaz? ¿Por qué nos suben los impuestos y a los casinos y a las areneras se los
bajan?. Eso no tiene sentido. Pero, menos sentido tiene, que no tengamos futuro
porque nuestro pasado se lo tragó.
¿Qué vendrá después?
Si analizamos la secuencia de presidentes en democracia, hemos ido decreciendo
en expectativas, esperanzas y optimismo. ¿Por qué? Porque cada uno se esmera en
decepcionar más al pueblo. En consecuencia, siguiendo la relación lineal casi
no me atrevo a imaginar ¿Qué clase de gobierno tendremos mañana? ¿Uno aún más
informal, escandaloso, insensible y conflictivo que el actual?. No me agrada
retar al destino especulando de esa forma, pero me preocupa aún mucho más
especular sobre “lo que pudo haber sido”. Urge que empecemos a proyectarnos como
pueblo, como sociedad, a ser más unidos, más solidarios y menos “pacieros”, más
inteligentes y menos vivos, que generemos nuestras opciones, que participemos
más, de lo contrario, viviremos sobreviviendo de “lo menos peor”, o de lo que
nos deje el miedo.
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