MASLEIDOS

domingo, 10 de junio de 2012

De cuando la almohada se nos volvió de oro

“Los humedales de la bahía” es el nuevo escándalo, el bochorno de moda, el recién estrenado alboroto para un pueblo ansioso de sensacionalismo, crónica roja, letra amarilla, novela, bochinche, patio limoso y un gobierno hambriento de dinero.  Sí, un gobierno de etiqueta privada con hambre pueblerina y desesperación crónica por el dinero. ¿Qué demonios es un humedal? ¡Yo qué sé! pero suena bonito, el término hasta parece folclórico: “Los Humedales”.  Tengo que ser honesto, tuve que buscar un diccionario para saber a qué se refería, aunque por el contexto y la palabra “humedad” mi sentido común me dio previamente el significado de facto.  Según el diccionario de la Real Academia, humedales es…bla, bla, bla.  Yo sé que ustedes, como personas inteligentes y curiosas, si llegaran a pecar de ignorantes (como yo) bien pudieran buscar un diccionario o pegarse a la Web.  Prosigo, la cuestión es que la palabrita está en boga, como otras tantas de esas palabritas que brincan de la bocina de un televisor o radio, o de la boca de algún “pegao” o famoso, a la oreja pública y de allí hacen clic en la conciencia colectiva panameña (adormecida de tanto extranjerismo, y la apatía de pocos pelos que nos caracteriza socialmente hablando)

Y en fin, ¿Por qué estoy hablando de humedales, si hoy juega “la sele”??? (No con Cuba, como escribió el otro por allí)… ¡Ah! porque los humedales me tienen harto.  Sí, estoy harto de la doble moral panameña y de los que quieren violar a los humedales, y de los que no quieren que los violen para luego violarlos ellos, y de los que se oponen per se a su violación etc.  Lo cierto es que gran parte de este pueblo no tiene la menor conciencia, ni interés en proyectarse en ello.  Sólo llorarán y se quejarán después, cuando el agua les toque a la puerta.  Entonces entenderán para qué servían los dichosos humedales.  Casi me atrevería a decir que “el pueblo” sufrirá esto, pero en este país la mediocridad ha llegado a tales niveles, que el que hace la trastada (casi siempre el rico inversionista y favorecidos) termina afectándose a sí mismo también (y/o a los de su laya) en torpe rebote. Porque en un momento determinado lo que interesa es “la inversión”, y no piensan más allá.  Hoy en día existen áreas de alto perfil (y costo de vida) que son igualmente inundadas, lo único que por el momento no ha habido muertos (como sí los hubo en Prados del Este).  Imagino que cuando los haya, se tomarán todos los correctivos del mundo.  Sin embargo, para el resto de los ciudadanos los males han de durar hasta la eternidad.




La deforestación que nos está acabando no es la de los humedales, sino la de las humanidades.  Esa deforestación que recientemente ha reducido al panameño a un precio, y nuestra vida sociopolítica a publicidad engañosa y jingles pegajosos.  Esa farsa que nos está secando por dentro, ese engaño que confunde esencia con apariencia, solución con paliativo, baratillo con responsabilidad, y alma con dinero.  Esa erosión que ha convertido la cosa pública en pinches tratos comerciales, rodeados de escándalos de corrupción, falacias, represión, epidermis hipersensibles y egos hipertrofiados.  Esa “cosa” que estamos viviendo, que muchos conocen como “capitalismo salvaje”, con sus obras, imposiciones, persecuciones y tranques viscerales secan al ciudadano.  Como si cada uno de nosotros sólo tuviera valor al generar algún tipo de “ganancia” en cualquiera de sus formas, buenas o malas, transparentes o turbias.  Como si no tener esa enfermedad por el dinero, ese afán de podrirse en plata, fuera sinónimo de mediocridad, conformismo o derrotismo.  Así fuese comprando el sueño (algo naturalmente gratuito) a punta de calmantes, porque la almohada “se nos puso de oro” (bonita, pero demasiada dura para dormir).

Esa absurda proyección de un mega país, lleno de mega obras, mega proyectos, mega inversiones, con mega problemas de agua, mega problemas de basura, mega problemas de inseguridad, mega problemas de corrupción, mega problemas de salud, mega problemas de educación, mega problemas de cultura, mega problema de valores, mega inflación.  Un país tan enredado como sus gobernantes, en constante conflicto, tranques y escándalos, terriblemente encarecido y proyecciones sicóticas e irreales.  Lleno de promesas mal cumplidas a favor de algunos, y en contra de varios, porque al final lo único que cuenta es “La inversión”, o mejor dicho “El tamaño de la deuda”.  La deuda económica y la deuda moral.

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