“Los humedales de la
bahía” es el nuevo escándalo, el bochorno de moda, el recién estrenado alboroto
para un pueblo ansioso de sensacionalismo, crónica roja, letra amarilla,
novela, bochinche, patio limoso y un gobierno hambriento de dinero. Sí, un gobierno de etiqueta privada con
hambre pueblerina y desesperación crónica por el dinero. ¿Qué demonios es un
humedal? ¡Yo qué sé! pero suena bonito, el término hasta parece folclórico:
“Los Humedales”. Tengo que ser honesto,
tuve que buscar un diccionario para saber a qué se refería, aunque por el
contexto y la palabra “humedad” mi sentido común me dio previamente el
significado de facto. Según el
diccionario de la Real Academia, humedales es…bla, bla, bla. Yo sé que ustedes, como personas inteligentes
y curiosas, si llegaran a pecar de ignorantes (como yo) bien pudieran buscar un
diccionario o pegarse a la Web. Prosigo,
la cuestión es que la palabrita está en boga, como otras tantas de esas
palabritas que brincan de la bocina de un televisor o radio, o de la boca de
algún “pegao” o famoso, a la oreja pública y de allí hacen clic en la
conciencia colectiva panameña (adormecida de tanto extranjerismo, y la apatía
de pocos pelos que nos caracteriza socialmente hablando)
Y en fin, ¿Por qué
estoy hablando de humedales, si hoy juega “la sele”??? (No con Cuba, como
escribió el otro por allí)… ¡Ah! porque los humedales me tienen harto. Sí, estoy harto de la doble moral panameña y
de los que quieren violar a los humedales, y de los que no quieren que los
violen para luego violarlos ellos, y de los que se oponen per se a su violación
etc. Lo cierto es que gran parte de este
pueblo no tiene la menor conciencia, ni interés en proyectarse en ello. Sólo llorarán y se quejarán después, cuando
el agua les toque a la puerta. Entonces
entenderán para qué servían los dichosos humedales. Casi me atrevería a decir que “el pueblo”
sufrirá esto, pero en este país la mediocridad ha llegado a tales niveles, que
el que hace la trastada (casi siempre el rico inversionista y favorecidos)
termina afectándose a sí mismo también (y/o a los de su laya) en torpe rebote.
Porque en un momento determinado lo que interesa es “la inversión”, y no piensan
más allá. Hoy en día existen áreas de
alto perfil (y costo de vida) que son igualmente inundadas, lo único que por el
momento no ha habido muertos (como sí los hubo en Prados del Este). Imagino que cuando los haya, se tomarán todos
los correctivos del mundo. Sin embargo,
para el resto de los ciudadanos los males han de durar hasta la eternidad.
La deforestación que
nos está acabando no es la de los humedales, sino la de las humanidades. Esa deforestación que recientemente ha
reducido al panameño a un precio, y nuestra vida sociopolítica a publicidad
engañosa y jingles pegajosos. Esa farsa
que nos está secando por dentro, ese engaño que confunde esencia con
apariencia, solución con paliativo, baratillo con responsabilidad, y alma con
dinero. Esa erosión que ha convertido la
cosa pública en pinches tratos comerciales, rodeados de escándalos de corrupción,
falacias, represión, epidermis hipersensibles y egos hipertrofiados. Esa “cosa” que estamos viviendo, que muchos
conocen como “capitalismo salvaje”, con sus obras, imposiciones, persecuciones
y tranques viscerales secan al ciudadano.
Como si cada uno de nosotros sólo tuviera valor al generar algún tipo de
“ganancia” en cualquiera de sus formas, buenas o malas, transparentes o
turbias. Como si no tener esa enfermedad
por el dinero, ese afán de podrirse en plata, fuera sinónimo de mediocridad,
conformismo o derrotismo. Así fuese
comprando el sueño (algo naturalmente gratuito) a punta de calmantes, porque la
almohada “se nos puso de oro” (bonita, pero demasiada dura para dormir).
Esa absurda proyección
de un mega país, lleno de mega obras, mega proyectos, mega inversiones, con
mega problemas de agua, mega problemas de basura, mega problemas de
inseguridad, mega problemas de corrupción, mega problemas de salud, mega
problemas de educación, mega problemas de cultura, mega problema de valores, mega
inflación. Un país tan enredado como sus
gobernantes, en constante conflicto, tranques y escándalos, terriblemente
encarecido y proyecciones sicóticas e irreales.
Lleno de promesas mal cumplidas a favor de algunos, y en contra de
varios, porque al final lo único que cuenta es “La inversión”, o mejor dicho
“El tamaño de la deuda”. La deuda
económica y la deuda moral.
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