MASLEIDOS

jueves, 9 de agosto de 2012

Viejos padres, para un mundo nuevo



Yo fui criado al estilo antiguo, poco afecto y mucho énfasis en el desempeño intelectual.  Me criaron para ser independiente emocional, mental, física y económicamente de los demás.  Por el lado económico, como diría el ex-ministro aquel: “Estamos trabajando en eso”, por lo demás creo que lo he conseguido bastante bien.  Aunque sí me considero bastante dependiente de mis seres queridos, sobre todo los más próximos, mi familia descendiente.  Pienso que no hay mucho problema en ellos, y es normal.  Como padre siempre he procurado predicar con el ejemplo y la compañía,  fui partidario de la crianza estricta durante muchos años, llegando inclusive a probar la persuasión física en los casos de riesgo inmediato a los chiquillos: Corriente, vidrio, cuchillo, fuego, medicinas y altura.  Luego, por el cansancio, la intolerancia, el estrés, el trabajo, sueño, tranques y todo lo demás, quedé utilizando la persuasión física como recurso primario e inmediato... Reconozco que ha sido bastante difícil, pero de cualquier forma, he tratado de crearles un hogar funcional, sólido, con fundamentos religiosos, principios, respeto, educación, valores y todo lo demás. He obtenido muchísima satisfacción y amor de mis hijos, pero también un cerro de disgustos, algunos de los cuales me han llevado a conversar con sus maestros, sicólogos etc.  De dicha interacción, no me queda más que aceptar algo bastante triste y difícil: He criado a mis hijos en el pasado.  Algo pasó en el mundo estos últimos diez años, en los que estuve tratando de consolidar un hogar.  Quisiera decir que ocurrió algo malo, pero ni siquiera llegó a la certeza intelectual de que pueda llamársele malo.  Tal vez la ausencia e irresponsabilidad de los padres, la sociedad, falta de disciplina, mala educación, la televisión o todo eso junto (y cualquier otra cosa más que no recuerde ahora) han contribuido de buena fe a crear jóvenes de mala fe, que no respetan, no les interesa estudiar, no insisten, no tiene sentido de lo que significa luchar, con marcada tendencia a la violencia, desconocen la importancia de Dios (del hogar  y de los padres) materialistas, de mentalidad “innecesariamente abierta”, y adictos a la tecnología.  Gracias a Dios, no todos.





 Me aterroriza la dirección que ha tomado el mundo, que dicho sea de paso, no parece ninguna de provecho pero a leguas se nota la fuerte tendencia a los anti-valores, la anulación a la identidad genérica, la racionalización, religiosidad contra-espiritual,  desvalorización de la vida, sobrevaloración de la tecnología, híper-productividad, capitalismo salvaje, tolerancia al homosexualismo, racionalización y aceptación de los vicios, y la violencia.  Antes estas cosas no me llamaban la atención, pero a medida que mis hijos han ido creciendo, proporcionalmente me preocupo más.  Ahora se aboga con mayor seriedad, por la legalización “controlada” de las drogas.  Se alegan muchos principios de índole filosófico y sociopolítico profundo, cuando lo cierto es que no han podido con los maleantes que las hacen, los que las distribuyen, y los que las consumen.  Y eso me preocupa porque nuestros gobiernos tercermundistas, cuando no pueden contra algo, simplemente lo “institucionalizan”, “reglamentan” o “privatizan” para que otro se encargue del problema que ellos no supieron resolver.  Hace poco me enteré que co-paternidad se le llama al hecho de que un niño tenga dos padres varones  (homosexuales).  Deduzco por asociación que co-maternidad sería el hecho de que un niño tenga como madre dos lesbianas.  Metrosexual, es aquel hombre que se preocupa tanto en su aspecto, que llega inclusive a rayar en actitudes femeninas de vanidad y belleza. Y así pudiera ir mencionando nombres, títulos, definiciones de un mundo “nuevo”, que de nuevo sólo tiene la nominalización, aceptación y tolerancia de lo peor del mundo viejo. ¿Pero qué piensan los padres de esto?..., que “hacen todo lo posible”.



La semana pasada estaba formando fila para pagar en una tienda de chinos, delante de mí había una mujer y un niño pequeño de ocho años.  La dama venía de trabajar, a juzgar por su atuendo, y el niño llevaba ropa de casa.  En eso llegaron dos adolescentes que al parecer conocían al pequeño, cogieron dos cosas, uno salió de la tienda y el otro quedó hablando con la mujer.  En eso la mujer le dice “Tú como que estás queriendo colarte”, el joven sonríe pero no dice nada.  Ella responde: “Bueno, pasa delante de mí”, y lo coló.  No fue una situación agradable, para ser honesto, preferí aguantármela, antes de exhibirla delante de su hijo y el joven oportunista. ¿Podrá esta joven señora el día de mañana reclamarle a su hijo porque se copie, o cualquier otra situación indebida, si ella misma propicia, acepta y apadrina las conductas mal habidas, delante de todos, sin importarle un rábano? Eso me recuerda a los anuncios de “piratería” en las películas de video casero original, aquel chico del “diez pirata”, y de la niña de “tenemos un papá pirata”, pero sobre todo me hace reflexionar sobre el esquema: ¿Tú como padre, qué le estás enseñando a tus hijos?. La vida no nos permite pasar demasiado tiempo al lado de ellos, y cuando por fin podemos, ¿Lo llevamos a una tienda para comprarle una chuchería, y lo exponemos a un anti-valor?...no tiene sentido.  Habrá quienes digan, ¡Por Dios, sólo fue un “cole”!!!.  Sí, sólo fue un cole, ahora cómo será con algo peor????. 



Ayer estaba comprando algo en una ferretería y escuché la voz de un niño decirle al papá “¿Papá, por qué no compramos de esta y probamos?”.  El chiquillo parecía hablar demasiado bien para la edad que aparentaba, unos siete años, me llamó la atención.  Antes de que volteara a verle, escuché la reacción del papá: “Dejaaaaa eso, dejaaaaa eso, no toques nadaaaaa, nadaaaaa, quédate quietooooo”.  Lo dijo con rabia, en un volumen de voz pronunciado y de una manera grosera e intimidatoria.  Yo pensé que habría de ser otra reacción desproporcionada, que a veces se nos saltan a los padres producto del estrés etc.  Caminé un poco más allá, con diferencia de tres minutos si acaso, y veo otro niño, como de nueve años, sentado en el piso de la entrada del supermercado jugando con un celular.  Para ser honesto, vi un poco desaseado que el niño estuviera sentado en el piso de afuera, pero el niño se veía muy ensimismado en sus cosas, y finalmente me causó risa.  “Bueno, algo de gérmenes por un buen momento feliz”, pensé.  Al poco rato salió la mamá y le ha gritado, agachándose cara a cara con el chiquillo, una serie de improperios.  Exigiéndole que se levantara, ella sí gritando, delante de todos los que estábamos allí.  Luego lo haló de un brazo y lo levantó a la fuerza.  Ambos niños, el de este caso y el otro tenían cara de “perdidos” y asustados.  A juzgar por sus rostros, no entendieron del todo bien por qué les gritaban, pero sí se les veía bastante asustados.



¿Por qué pasarle todo el estrés de la calle y de los trabajos a nuestros seres queridos, especialmente si son criaturas pequeñas y ni siquiera están del todo capacitados para entender el mundo desde nuestra perspectiva?  ¿Acaso es justo que ellos paguen por la gente de la calle o de nuestro trabajo? ¿Tenemos tiempo suficiente para gastar con ellos gritándoles, insultándoles, enseñándole anti-valores, humillándolos y hasta golpeándoles? ¿No sería mejor aprovechar el poco tiempo que nos queda ENSEÑÁNDOLES cosas buenas, o, tratando de entenderles?  Me ha costado mucho entender esto, pero, si mi hijo no tiene la confianza de contarme cosas y de estar a gusto conmigo, con su madre o en su propio hogar porque todo es golpe y grito…pues, terminará mintiéndome por cualquier cosa, y sintiéndose mejor, afuera de mi hogar.  Luego, me lo habrá ganado el mundo.  De allí tal vez por qué, cuando llega la adolescencia, hay muchos padres que desconocen a sus hijos, e hijos que detestan a sus padres.  Tal vez no se trate de ser “amigos” de nuestros hijos, tal vez no se trate de ser “blandos” con ellos, sino únicamente de aprender a escucharlos, aprender a entenderlos, tratar de estar más tiempo con ellos, dar el ejemplo y practicar una disciplina más efectiva que el grito, el golpe o la humillación (peor si es pública).  Un cambio conductual en cualquier adulto toma tiempo, nosotros lo sabemos porque seguimos aferrados a patrones viciosos, de bajo perfil tal vez,  que no hemos podido controlar en años (bochinche, hipocresía, maledicencia, ira) sin embargo, le exigimos a nuestros hijos que cambien y se corrijan inmediatamente a punta de maltrato ????  El padre que pierde el control delante de su hijo, sencillamente perdió la autoridad, y sin autoridad no hay disciplina.


 
Resulta mucho mejor practicar otro tipo de disciplina, menos desgastante para padre e hijos, y quizás mucho más efectiva.  No sé si esté en lo correcto, pero, por sobre todo hay que mantener el vínculo afectivo.  Nada que le haga entender al chiquillo que es deplorable y merece estar alejado de la naturaleza de su hogar (padres y hermanos). Luego, no perder el control bajo ninguna circunstancia.  Ser tolerante, permitir el fallo dos o tres veces antes del primer castigo (los intentos se reducen según la gravedad de la falta, obvio) siempre explicando la naturaleza del error claramente.   Una vez vencido el límite de tolerancia y explicación de fallos, ejercer el castigo por cada reincidencia. Hay que tener excesiva paciencia pero hay que ser constantes, firmes, e incrementarlo proporcionalmente a la resistencia del muchacho.  Siempre explicarles el fallo cometido, cada vez.  Jamás castigar de una forma que vaya en contra a su integridad personal, moral o física. Siempre trate de regañar al chiquillo en privado. No dilatar los correctivos, mientras más pequeño se corrija al muchacho, menos problemas tendremos a futuro.   Trate de ser más abundante en la explicación de los errores, no en los regaños (sermones).  Tener claro que “un regaño” no remplaza ni corrige más que un castigo efectivo.  Evaluar si la actitud del chiquillo no está basada en una conducta aprendida de usted mismo, si es así, debe tratar de corregirse usted primero y simultánea pero gradualmente, ir corriendo al chiquillo. No fuerce una situación, si usted no se siente en capacidad de practicar una disciplina efectiva en un momento determinado,  y su cónyuge no colabora al respecto, vaya a relajarse, cójalo con calma durante un rato breve y vuelva a intentarlo (recuerde que Roma no se hizo en un día, y con sus hijos usted adquirió un compromiso para el resto de su vida, desde que los trajo al mundo.  Eso se llama responsabilidad).




Claro que cuando uno llega cansado del trabajo, es muy difícil ser tan metódico.  Curiosamente, cuando llegamos del trabajo, que estamos más cansados, los chiquillos se nos pegan más, porque quieren vernos y estar con nosotros (recordando que no nos han visto en todo el día).  Algunos son tan inquietos que terminan convirtiéndose en un tremendo factor más de irritabilidad en nuestras vidas.  En cualquier caso nosotros somos los adultos, no ellos, y eso no hay que perderlo de vista.  Es decir, los que debemos controlarnos en todo momento somos nosotros (como adultos).  Si los rechazamos en ese momento, o peor aún, le gritamos, insultamos o maltratamos de alguna forma (fuere con, o sin justificación, por una mala nota de conducta o académica) el primer contacto para con ellos en todo el día será negativo, la sensación que les dejaremos será de rechazo y rabia, eso no es bueno para un infante.  Un infante que crecerá como una adolescente rechazado, problemático, de conducta “inentendible”, poco comunicativo, rebelde y/o violento.  Criar a una persona no se trata de criar a un animal, digo, si pasamos ocho horas trabajándole a una empresa, aprendiendo cosas, en situaciones de estrés y dificultad considerable, produciéndole a otro, cómo no podremos estudiar, entender y “trabajar” a nuestros hijos ¿??

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