MASLEIDOS

miércoles, 29 de agosto de 2012

Una sociedad del demonio



Siempre he considerado que el mundo físico sobre el cual nos desenvolvemos a diario, es apenas la última capa de los estratos sobre los cuales se decanta la vida.  Es decir, nuestra existencia se constituye en mayor parte de cosas que no vemos, y eventualmente ni sabemos, ni podemos racionalizar, que nos afectan a diario de una forma tan automática como física y evidente.  Los pensamientos, la energía vital y las emociones, por dar un ejemplo, no son manifestaciones tangibles de nuestra vida diaria, pero la controlan.  Los sueños, la imaginación, hay tantas cosas abstractas redefiniendo nuestro mundo concreto a cada rato, que la actitud “materialista” del ser humano es algo definitivamente estúpido bajo ciertas circunstancias.  Hace años, mientras me licenciaba en una carrera científica de cierto perfil, tuve la oportunidad de estudiar paralelamente tres años de filosofía ocultista (en el buen sentido de la palabra, no el comercializado) iniciándome dentro de una asociación de cultura internacional.  Lo cual, definitivamente cambió mi forma de ver la vida y  la humanidad.  Sin embargo, mi fe en Dios y mis capacidades como humano, me han señalado siempre el norte.  Formándome en tales lides, descubrí algunas facultades personales más allá de las intelectuales y físicas.  Supe entonces que la vida humana no se reduce sólo a las necesidades básicas.  La vida humana reposa sobre  un substrato, muy ligado a la plenitud existencial,  que de ignorarse nos haría tan miserables… vicios, drogas, perversiones, alteraciones de la personalidad, de la conducta, patologías siquiátricas etc.  En resumidas cuentas, esas cosas nuestras (aunque no las veamos)  jamás dejarán de ser nuestras.   


En el 2007, viví ciertas “experiencias de terror” que me hicieron recurrir con mayor fuerza a Dios y a mi esencia personal.  Jamás supe qué lo ocasionó, pero así como vino se fue.  Imagino que como yo, habrá muchos de ustedes que tengan sus propias experiencias que jamás querrán contar.  Lo cierto es que no por ello debemos echarle tierra a las ajenas.  Nuestro instinto de supervivencia tiene como reacción natural el temor a lo desconocido.  En consecuencia tendemos a ignorar y desacreditar todo lo que no entendemos, peor si se trata de fantasmas, demonios y eventos sobre naturales.  Confieso que cuando me dijeron que había unas jóvenes estudiantes poseídas por el demonio, recordé el evento de una muchacha que dijo ser raptada y examinada por extraterrestres,  tratando de  ocultar  “los avances” de su nuevo pretendiente.  También pensé en histeria colectiva, o viveza colectiva, aupada por el sensacionalismo mediático.  En el acto recordé mi juventud de Ouija,  Juanito (que jamás practiqué) los pitufos (que decían eran satánicos) la película del exorcista, el íncubo, la serpiente y el arcoíris, el ente, Manitou, la profecía, hasta detenerme más recientemente en Emily Rose (cuya contraparte real investigué)  y hace poco el siniestro libro de Adán (de Ted Dekker).



Yo  no puedo negar, bajo ninguna circunstancia, la existencia de eventos paranormales buenos o malos.  Después de lo que me ocurrió aquella vez, he decidido no darle mucho hilo a este tipo de temas.  Dicho sea de paso, pensé bastante antes de escribir este artículo. Pero,  fuera del sensacionalismo con que lo ha tratado la prensa local (como siempre, exudando tufo novelesco)  pese a la mofa de que se trate de un “diablo verde”  (que sólo persigue jovencitas) o un diablo goloso, o cualquier otra burla que pueda surgir en el camino, yo le echaría una segunda mirada al asunto.  Y voy a decirlo tal cual, fuera de toda broma afín: Cuando a una persona “la marcan”, y dicha persona no tiene acceso a un  recurso espiritual (propio o ajeno) hay que ayudarla.  Reitero, es saludable, sobre todo en nuestro mundo tan rápido y “dañino”, entender que el ser humano no sólo es mente y cuerpo, sino espíritu, energía,  emociones, alma, intuición etc.   Cuando uno sufre una cardiopatía, no va donde un maestro a que lo cure.  Tiene que asistirse con un médico, obligatoriamente cardiólogo.   Cuando uno tiene una enfermedad mental, no va a un cardiólogo, sino a un siquiatra.  ¿Cuando uno tiene una enfermedad espiritual, qué hace?...  Si negamos las dolencias del espíritu, pues también negaríamos sus gratificaciones, y así hasta negar su propia existencia.  Ignorando las cosas, jamás haremos que desaparezcan.  Tal vez ahora esté de moda “hacerse el Bernie” (total, si Japanese lo canta y el presidente lo baila…).  Tal vez se trate de una droga nueva (recordemos el caso del Zombie caníbal de miami).  Tal vez quieran ganar relevancia, popularidad o notas de pase.  De cualquier forma habrá que investigar.  


No he escrito este artículo para decir que sea falso o cierto lo que está ocurriendo en Portobelo (curiosamente, donde se redime la gente de “vivir comprometido” siguiendo al Cristo negro) y Darién, tampoco me corresponde decirlo.  Sin embargo, aprovecho la coyuntura para dar un pincelazo a aquella otra realidad, que al panameño común  (tan enredado en su propia subsistencia) no le parece tan familiar (sin que por ello, pueda negarla).  Supongamos entonces que bajo tanta farándula, existiera una joven de estas, verdaderamente poseída ¿Quién la ayudaría?...  Ahora bien, digamos que el demonio no está afectando a nuestra juventud, y todo fue invento.  Fuera de las convulsiones, las voces extrañas, los ruidos de puercos, alaridos etc.  ¿Por qué una estudiante querría envenenar a su maestra? ¿Por qué una estudiante desfigura a su maestra? ¿Qué lleva a un estudiante, a cortarle la cara a otro estudiante de séptimo grado? ¿Qué lleva a unos estudiantes ebrios, a entrar a una casa de citas en un bus? ¿Qué lleva a un joven, a asesinar a puñaladas a un cura? ¿Qué lleva a una hija, a asesinar a punzadas a su madre? ¿A un hombre, a golpes a su mujer? ¿Que nos lleva a las peores masacres mundiales, buscando la paz a punta de guerra?  ¿Acaso la sociedad, una sociedad del… demonio? 



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