MASLEIDOS

viernes, 17 de agosto de 2012

¿Cultura de servicio, o del servicio?


Panamá, como cualquier otro de los tantos países consumistas, subdesarrollado, de pobre industria,  con tendencia marcada a la importación, cuyos gobernantes practican el capitalismo salvaje indiscriminadamente, vive de fantasías en muchos de nuestros aspectos sociales.   Luego está el nefasto sistema de crédito, que se ha popularizado en los últimos años, haciendo al pobre más pobre y más esclavo del rico.  Tampoco  podría dejar por fuera  la pobrísima  cultura de deservicio, únicamente orientada al que paga más o da mejores propinas (si acaso).  Por eso me da harta risa el ciclo de vida atropellado en el que nos hemos metido, producto de la inversión foránea (acostumbrada a operar otras densidades poblacionales).  El panameño general, lento en su naturaleza, hostil, algo inculto pero de alguna forma sabio, ha tenido que adaptarse “a los rápidos” de la corriente de producción moderna, tal vez surfeando sobre una ola de tecnología mayor a sus capacidades monetarias, personales, profesionales, de conocimiento o entrenamiento.  Y en eso nace un espectro híbrido de  “la cultura corporativa”, mal copiada de los grandes países, jamás ambientada al trópico, pero “que hay que seguir” (aunque nadie sepa, ni se atreva a preguntar por qué).  Y empiezan las ridículas propagandas “corporativas” de yates o mansiones, y a lo interno empresarial aquellos patéticos seminarios de atención al cliente, que terminan pudriéndose en el fondo de las burocracias más aberrantes. Toda una publicidad, una pantomima, una mueca que sugiere grandes empresas, sostenidas por miles de esclavos mal tratados y sub pagados, pero llenos (por no decir preñados) de talleres de cuerda, cursos de motivación, inducción, liderazgo, servicio, bla, bla, bla.  Apoyados por literaturas baratas de farmacia o supermercado, sobre “el positivismo”, “la palabra”, “hágase rico”, “sea su propio jefe”, bla, bla, bla.



Me preocupa que nuestra sociedad irrespete, subvalore y denigre a sus mayores (y menores) en lugar de respetarlos, porque son viejos, no son estéticos, son lentos y en lugar de producir más, le  tienden a “estorbar”.  Una sociedad joven pero esclava e imitadora, que ignora algo fundamental de sus peores piezas de colección: los ancianos, ignorando toda su experiencia y sabiduría asociada.  Como dice el refrán que “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, vivimos en un mundo de personas “angelicales” y cada vez más estúpidas.  Hemos cedido nuestra capacidad de pensar, para que los artefactos eléctricos lo hagan por nosotros.  Una vida más cómoda, y obtusa.  Luego, es mejor esconder a nuestros ancianos en asilos, o a lo interno de nuestras casas, porque ellos constituyen alguna forma de vida, que no puede ser  digitalizada en facebook.  Y estar fuera de la red social, es peligroso...  Pero los viejos enseñan cosas valiosas, como por ejemplo, a trabajar por lo que se quiere.  A luchar, a esforzarse y no obtener las cosas “gratis”, o que no le corresponden.  Y tampoco son todos los viejos, porque los hubo quienes implantaron el “juega vivo” generacionalmente en Panamá, y esos viejos de ahora, no fueron mejores jóvenes.  Pero en fin, los otros nos enseñaron a valorar el esfuerzo, a trabajar por lo que se necesita.  Lo cual contradice los valores de nuestra sociedad, que predica el menor esfuerzo (soportado en la tecnología) la inmediatez (soportada en la tecnología) la mayor producción (soportado en la tecnología y el sistema esclavista-capitalista) el hedonismo y los sobre – derechos (exigir más de lo que realmente ha dado).  Yo critico al sistema de crédito, que le crea el espejismo a la persona, de tener  un dinero que en realidad no tiene, que no ha trabajado aún y que le va a costar mucho más de lo que seguramente vale.  Y así es, vivimos en una sociedad “de conceptos y velocidad” que nos hace creer que somos libres, cuando más profundamente se nos esclaviza. 


Hace unos días voy a una corporación de la cual soy cliente, para poner una queja de uno de los servicios que me presta.  Sucede que es la única compañía en Panamá que presta ese tipo de servicio, lo cual le da todo el espectro de la exclusividad.  Mi facturación, entre todos los servicios no es ni mucha ni poca. En la sucursal espero toda una vida a que me atiendan, y finalmente me recibe una muchachita bastante joven, en un escritorio moderno, detrás de una pantalla de computadora.  La joven, muy hermosa y agradable, me dice que "en sucursal" no pueden resolver el problema, que acuda al callcenter.  Digo, uno busca la sucursal para un mejor arraigo de servicio, pero la sucursal me manda al centro de llamadas.  Para eso hubiera llamado desde mi casa.  Pero en fin, llamo.  Escucho un cerro de propagandas, sigo las instrucciones, marco varias teclas y nada.  En el proceso, me atiende una contestadora automática.  Llamo de nuevo, no hay forma de que un humano me atienda, vuelven las propagandas, vuelvo a teclear y nada.  Se repite el ciclo tres veces más, hasta que por insistencia y metiéndome en la sección de “empresas”, consigo por fin hablar con alguien.  Ese alguien me deja en espera, luego me da otro número de teléfono para que llame.  Llamo al número que me dan, vuelven las propagandas, vuelve el manejo de teclas, hasta que me contesta un sujeto.  El sujeto me deja en la línea, muy amablemente pidiéndome que espere, y me tumba la llamada (no sé cómo, pero lo hace).  Me harto del callcenter, decido probar con Internet, para que me den otro número de teléfono más eficaz tal vez.  En Internet espero a que la operadora esté disponible, y cuando está disponible le escribo (después de llenar varios datos que me identifican).  La operadora no me contesta en varios intentos.  Decido volver al teléfono, marco el último número que me dieron, vuelven las propagandas, vuelve el tecleo, me atiende otro sujeto (no el que tumbó la llamada) le explico todo el caso de nuevo y le pido que no me cierre, que yo espero todo lo que quiera pero que por favor no cierre.  No cierra pero se demora, consulta a supervisores, me da un procedimiento de pruebas, lo ejecuto y nada.  Al final de cuentas me dice “El error es suyo, porque a nosotros nos funciona.  Algo anda mal en su instalación”.  ¿Algo anda mal en mi instalación?, pienso, y recuerdo toda la instalación, nada, absolutamente NADA ha variado.  Reclamo, me enojo y pido que me comunique a su supervisor, me deja esperando y la llamada se cae...  Lo más triste del caso es que el mismo ciclo se repite una y otra vez, ya conozco el procedimiento (también conozco el oprobioso y largo procedimiento para cancelar el servicio).  Pero esta vez me harto y decido ir a dos de los organismos de “protección al consumidor” del estado (que sólo parecen funcionar al revés,  “defendiendo”, por no decir blindando,  a las empresas del consumidor). Me tienen varias semanas rebotando entre ellos mientras definen a cuál de los dos corresponde el reclamo (ninguno de los dos estaba claro, por la naturaleza del servicio).  Finalmente uno lo acepta “por insistencia”,  y me dan un grupo de papeles para llenar, y me dice que espere un enorme rato.  ¿Luego que hice?, pues me harté!!!!.  Tremendo reto a mi poca paciencia e iniciativa; ahora estoy probando por otros medios, dándole “vuelta a la caja” quizás.



El mamotreto de cultura corporativa de nuestros países tercermundistas, más específicamente el mercado local panameño, en lugar de facilitarle la vida al cliente, se la hace mucho más difícil (por no decir miserable, considerando las súplicas y el concepto de que “te están haciendo un favor”, sin importar que pagues por el servicio, o que pagues al día).  Por otro lado, el gobierno no protege a nadie. ¿Entonces qué hacemos, o mejor dicho qué hago?... Como clientes no nos queda más que reírnos, cada vez que los vemos ahogarse en su propia  burocracia; y en consecuencia renunciar al servicio en cuestión y a todos los demás.  Desde luego, jamás permitir que nos hablen de cultura de servicio, o peor aún, de cultura “corporativa” en Panamá.  Lo que hay es grandes empresas, esclavizando más empleados por peor salario, rellenándolos de tecnología que ni siquiera saben usar, entorpeciendo el flujo del proceso, para que finalmente maltraten al cliente con su burocracia e ineficiencia olímpica.  No digo que todos los panameños sean así, sin embargo hemos creado una especie de “conciencia” colectiva de intolerancia, hostilidad, egoísmo, juega vivo y sálvese quien pueda entre nosotros mismos, que fácilmente puede apreciarse desde cosas tan simples como el tránsito vehicular, pasando por los ambientes de trabajo y finalmente llegando a los mismos hogares. En consecuencia, sigo con la interrogante: ¿Podrá tener un país cultura de servicio, si sus ciudadanos no le sirven a sus ancianos, a sus niños, ni se sirven entre sí mismos ?. Será conveniente, digo yo, que sigamos pensando que sí…

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