Lugar, estación de expendio de gasolina área de comida
rápida. Hora, ocho de la mañana. Protagonistas,
la dependiente, un oficial de policía de sexo femenino y yo. Preparo un perro caliente (hot dog) busco un
jugo, una galleta y me dispongo a pagar.
De pronto me detengo a escuchar la música de ambiente, mientras la
cajera marca los productos. Canción del
género regae o derivados, ritmo bastante común y primitivo (golpe de tambor
repetitivo) cantante de poco ánimo y
entonación de maleante. Letra: “A fulana
le gusta el juego, a mengana le gusta el juego, a sutana le gusta el juego…” La forma tan pesada en que vocalizaba las
palabras daba la impresión de estar rezando una letanía obscena: “A fulana le
gusta el huevo, a mengana le gusta el huevo, a sutana le gusta el huevo…” Recuerdo entonces que en mi época se hizo
“divertido”, también dentro del género regae, cambiar unas palabras por otras vulgares. Llegando incluso en un éxito de discoteca
(también del género regae) que promovía el sexo oral fálico. Luego, la música típica también copió el
estilo. Ahora, más de veinte años
después, a nuestra juventud todavía le sigue pareciendo “graciosa” la
vulgaridad.
Le pregunto a la cajera si está escuchando la canción, y me
confiesa sonreída que “ella no escucha esa música”. Hablo fuerte y digo: “Bueno, si nuestra
juventud sigue oyendo esa clase de cosas, por qué quejarnos de que el país ande
como ande”. La policía no dijo nada,
jamás se dio por enterada y continuó leyendo su periódico. Entonces pienso, ya la vulgaridad no
sorprende a nadie. A los muchachos
(igual que en mi época) les causará gracia, porque tal vez estén en el proceso
de descubrir “lo bueno, lo malo y lo feo”.
Pero la indiferencia de los adultos, aun habiendo un llamado de atención
en el área…me heló la sangre. No estoy
por la labor de criticar a los muchachos, sino a los adultos. A diferencia de mis tiempos, en los que se
estigmatizaba ese tipo de música como
“de maleantes” y tampoco era común escucharla en lugares públicos, hoy la oigo
a horas tempranas de la mañana, en un lugar público y peor aún, bajo el nulo
asombro de varios de los presentes. Si
los medios, ni los dj’s, ni la televisión, ni el cable tiene la culpa de la
difusión de ese tipo de formas musicales, entonces quién. ¿Los maestros en las escuelas? ¿Los padres en
la casa? Perfecto,
bien, pero en la calle quién regula el entorno. ¿Acaso hay alguna autoridad que
pueda hacerlo, o el nuevo código de la familia también castra a la censura?
Entonces pregunto, si nadie hace nada por frenar el alcance
de estas cuestiones, o mucho peor aún, ya ni nos asombra, entonces por qué
hacer morbo y lucrar cuando aparecen videos de estudiantes haciendo (o
simulando) cochinadas en la televisión. La falta de disciplina es a su vez una forma
de indiferencia, y los muchachos, muchos de ellos inclusive con sus malas
actitudes buscan llamar la atención de alguna forma, tratando de abrirse un
espacio en el mundo adulto. Pero si
reaccionamos indiferentes, indolentes, o peor aún, apadrinamos las conductas
aberrantes con el mejor ánimo de “autocensura”, para encubrir finalmente el
lucro desmesurado, entonces felicitémoslos por habernos imitado tan bien. Con el libertinaje criamos hijos ajenos a
nosotros mismos, y adultos desalmados.
Si esto sigue así, pronto vamos a vivir en una sociedad en la que toda
vida humana valdrá menos que el propio intento de procreación. Un mundo en el que la hipocresía sólo nos da
“autoestima suficiente” para generar ventas a través del morbo de nuestra
sociedad decadente. Siempre es divertido
buscar a un culpable, pero jamás podremos actuar en sociedad si no empezamos a
reconocer la falla en cada uno de nosotros.
El país requiere una cura social, sin embargo sólo criamos más enfermedad.
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