MASLEIDOS

viernes, 16 de agosto de 2013

Lo que dejamos caer



En los tiempos de mi abuelo obtener un bachillerato era un éxito. Las profesiones técnicas eran bien remuneradas, porque la época daba prioridad a la alimentación, no había inflación. Se podía vivir. Los autodidactas alcanzaban un nivel de conocimiento similar al tercer grado. Muchas personas entendían por logro académico, el sexto grado. Y era un gran orgullo ser maestro, ni pensar en ser médico. En los tiempos de mis padres ser un licenciado era todo un éxito, mejor un doctorado y ya más alcanzable la medicina. En los tiempos míos la maestría se ha convertido en un requisito casi estándar. Los niveles doctorales cada vez son más comunes, los maestros no representan el gran prestigio de antes y los médicos han empezado a bajar de categoría. Las especialidades reemplazaron en prestigio a la amplitud de conocimiento. Uno estudiaba antes para saber. Se trabajaba por vocación (maestros y médicos) y no sólo para ganar. Y los artistas creaban arte, no lo prostituían. Todo para tener el orgullo de ser un estudiante, profesional o artista. Cargar un título, desempeñarse con orgullo, honor y ética, crear una obra que no muriera con el tiempo. Había mística y se podía vivir. 


 Hoy todo se compra y vende. Se ha reducido al individuo, ya ni siquiera a cuánto dinero tiene, sino al calado de sus deudas. Ser un profesional en nuestros tiempos se menosprecia, como antes se menospreciaba a las sirvientas que llamábamos peyorativamente “empleadas”. El profesional de la empresa pública ha sido satanizado como rebuscón y botella. El profesional de la empresa privada es un empleado cualquiera, despectivamente “asalariado” (sinónimo de vago dependiente) No se valora lo que hace, ni el que paga para que lo hagan, ni quien lo hace. El apremio del dinero, la necesidad de comer, los lujos ficticios que la publicidad y el mercadeo disfrazan de necesidades, nos ahogan en un nudo existencial que no da ganas de hacer nada para que dure, nada importante, nada que rete al tiempo, nada especial. La vocación fue reemplazada por un tajo de dinero en la mano, como el pedazo de carne en la boca de un perro. No porque uno quiera, no porque el ser humano se haya depreciado, sino porque socialmente hemos permitido que nos secuestren los valores por tres reales, porque hemos permitido que nos suban abruptamente el costo de vida. 




 ¿Qué pasa en Panamá? Han encarecido todo, tapándolo con las benditas obras. Obras que van a embellecer a un país que dicho sea de paso, también están vendiendo en pedazos. La calidad de vida del panameño se ha degradado terriblemente, no sólo por los tranques, ni por las construcciones, sino también por el costo de la canasta básica y todo lo demás. Subieron el salario mínimo, pero redujeron considerablemente nuestro poder adquisitivo. Para colmos, nos saturan de mano de obra extranjera. ¿Qué no vemos lo que está pasando? Que no vemos como nuestras altas autoridades reconocen públicamente que eran estudiantes mediocres, como si fuera una gracia, y la educación pública conspira con la mediocridad por un par de computadoras regaladas y tres pinches reales que descaradamente llaman “beca”. ¿Cuándo vamos a dejar de ser tan buenos, o tan alelados? Que no vemos que los futuros hijos de Panamá van a nacer ya no con un pan debajo del brazo, sino con varios miles de dólares de deuda sobre la nuca. Como si tuvieran precio desde que nacen, todos y cada uno de ellos. 

 Tener educación y cultura en este país va haciendo sinónimo de estupidez u homosexualismo. Como si ser bruto, impulsivo, explosivo, boqui suelto, descocado, grosero y vulgar fuera un logro o tremenda gracia. Porque la vulgaridad ha reemplazado a la cultura, la corrupción a la vocación, el dinero al amor propio, la ignorancia al conocimiento y el silencio a nuestros derechos. Nos perfilan para que todos seamos empresarios, como si serlo fuera tan fácil. Porque muchos de los actuales “pudientes empresarios” capitalistas salvajes, recibieron un imperio ya realizado, y algunos quién sabe de dónde. El sueño panameño no es llegar y montar un negocio desde cero, con pírrica ayuda gubernamental, para que luego una enorme cadena, o te robe la idea o te borre utilizando las propias leyes del país. El sueño panameño no es llegar limpios y hacernos millonarios… sudando la gota gorda, a punta de sacrificio. No. Hay que presupuestar las coimas, extorsiones, sobornos etc. Tienes que trabajar una vida completa, para que un político finalmente se enamore de tu éxito y haga que tu negocio termine valiendo nada. 

 No, no, gracias, déjenme con mi orgullo y dignidad de asalariado profesional. De artista verdadero, tal vez si tuviera tal suerte. Antes que hacerme rico metiéndole la mano en el bolsillo a la gente pobre, para entonces llamarme “inversionista”. Porque en algún momento, el hambre en que nos están sumiendo hará despertar a este pueblo, y entonces voltearemos la vista al pasado, tratando de recoger lo que dejamos caer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario