MASLEIDOS

martes, 5 de marzo de 2013

El atributo indeseable de la justicia panameña


Hace algún tiempo atrás aprendí que no hay mejor forma de ejercer la autoridad que con el vivo ejemplo.  Porque uno no puede predicar lo que no practica.  Hacer lo opuesto o contrario a lo que se dice, da una tremenda sensación de falsedad e hipocresía.  El ser humano aprende  mejor según  “el ejemplo”, desde que nace en adelante.  Así aprendemos las cosas buenas y malas, siguiendo  el ejemplo de otros.  No se trata de regañar, forzar, doblar el brazo, imponer una norma conductual.  Toda autoridad debe predicar con el ejemplo.  Entendiendo por autoridad, ya fuera el ejemplo de los padres en casa, los maestros hacia sus alumnos, y los gobernantes hacia sus gobernados.  Panamá es un país bueno, pero de cierta naturaleza hipócrita.  Porque aquí todo el mundo está acostumbrado a hacer lo que le da la gana, sin embargo, para todos los resultados no siempre son los mismos.  Digamos pues que “alguien” entra a una tienda y roba algo, de comprobársele el evento podría o no, ser castigado.  Sin embargo, a medida que vamos aumentando en la categoría del delito o la reincidencia, la certeza del castigo debería fortalecerse.  Lo cual no ocurre necesariamente así, en Panamá.  Por lo general, los delitos de alto perfil son cometidos por personas de cierto nivel, que todos sabemos, jamás serán castigados.  Dicho sea de paso, y es curioso pero así debe ser dicho, de la misma forma en que se establecen las pandillas delincuenciales de barrio, así mismo se establecen las pandillas delincuenciales a niveles superiores.  Porque delito es delito, independientemente a quiénes delincan.


Si la certeza del castigo no existe, apenas para los niveles bajos que NO poseen la “capacidad” de torcer la justicia, se va desarrollando el factor “impunidad”.  El factor impunidad es un evento de naturaleza replicable, por no decir CONTAGIOSA.  Por ejemplo, si alguien ve llegar tarde a una de las “vacas sagradas” de cualquier trabajo, reiteradas veces y si ningún tipo de castigo, a mediano o corto plazo esa misma persona empezará a llegar tarde también.  Porque no existe la certeza del castigo.  Son muy pocos los humanos acostumbrados a hacer las cosas por deber, y no por castigo.  El problema no está en nuestra naturaleza, sino en el comportamiento que aprendemos socialmente.  Y la sociedad panameña, dentro de su juega vivo, aprecia la impunidad.  Ya fuera por “no ser pillado”, viveza o suerte…de cualquier forma, lo vemos como una gracia.  El problema y la rabia vienen cuando precisamente esa “gracia” es mayor para otros, o nos afecta negativamente en cualquier forma.  Entonces reaccionamos clamando “justicia”, como si la justicia fuera atributo exclusivo de la inequidad de la injusticia.  La impunidad ha sido enquistada en nuestro sistema social-político, como “el atributo indeseable” de la justicia panameña.  Cuando muchos sufren por el accionar de pocos, sin castigo de ningún tipo, entonces las personas se acuerdan de “la justicia”.  No para reconstituirla, protegerla, rehacerla, sino para sencillamente: Llorar, quejarse, berrear, o solicitar la nivelación proporcional a distintas injusticias (que todos suframos por igual) ¿Pero a qué nos lleva la impunidad?  Pues a nada más que absoluto desorden, caos, retroceso y muerte.  Muerte de cualquier forma de justicia, o protección humana.  Aunque también la impunidad nos lleva al ridículo.  Sí, a hacer el ridículo.  Hace poco desalojaron a una barriada de precaristas conocida como “La Martinelli”.  Suena irónico que un grupo de invasores le pongan a su barriada el apellido del presidente del país, pero por qué lo hicieron...  Tal vez para ganar gracia, quizás por azar.  Pero, ¿Cómo es posible que al fruto del delito, lo nombren como al presidente?  En qué cerebro cabría, por más humilde y desesperado que esté aquel grupo de personas, hacer eso.  Pues no; tal parece que ni locos ni estúpidos.


Pienso yo que le pusieron así para llamar la atención de las autoridades.  Pero, por qué un grupo de personas delinquiendo querrían llamar la atención de las autoridades, o peor aún, la del presidente de la república.  Supuestamente todo delincuente debe “esconderse” durante su fechoría, pero esto no fue así.  Son comunes los casos de damnificados (no precaristas) que, posterior a su desgraciada pérdida, son gratificados con viviendas y enceres.  Pero pregunto yo: ¿Será que los precaristas invasores han empezado a pensar bajo la misma óptica de los damnificados?...  Sin embargo, la diferencia es mucha entre un damnificado y un invasor.  Técnicamente el precarista es víctima de la adversidad del destino, y el invasor es un delincuente (obviando toda la tragedia social de la mala distribución de las riquezas, falta de oportunidades etc.)  Luego, si los delincuentes del país apelan a la máxima autoridad para su retribución (cualquiera que sea) durante la ejecución delictiva, ¿Qué esperar de nuestros ladrones de saco y corbata? ¿De la racionalización del delito en Panamá? ¿Qué esperar entonces, de nuestro futuro social vs la impunidad y la gratificación del delito?


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