MASLEIDOS

lunes, 29 de octubre de 2012

Desidia asesina

Hace algún tiempo escribí un artículo cuyo nombre definí, por qué mueren los inocentes.  Por la cobardía de los que hacen nada.  Me refiero a la niña que murió por el derrumbe del muro, en la escuela del Japón.  Me refiero a las niñas y niños que han muerto por balazos, y por la violencia de nosotros los adultos, de intención, o de accidente.  Nadie desea la muerte de un niño, pero ante eventos como el de la escuela del Japón uno se pregunta: ¿Qué vale más, la vida de una niña o la bendita transformación curricular? ¿La vida de una niña o la politiquería de un ministerio? ¿Ver a la ministra practicando demagogia o la madre de una niña muerta llorando? ¡Qué inútil, mediocre y maldito sistema social panameño!  Curiosamente oigo al señor de protección civil, mientras lo entrevista un canal de televisión decir que “la ministra está muy nerviosa…que se ponen a disposición de la ministra…” ¿Acaso todo es la ministra?, digo, ¿Y qué con la madre de la niña? ¿Una niña de ocho años, una madre que le arrancan hoy a una hija, vale  menos que una ministra? ¿Por qué hablar tanto de la ministra, y no de las víctimas?  Porque vivimos en un país con una justicia social desigual, clasista, en el que la víctima importa un carajo.



¿Quién construyó el muro? ¿Qué autoridad verificó el muro? ¿Qué maestros vigilaban a las niñas? ¿Por qué nadie vio que ese muro estaba por caerse?  Un accidente ocurre en cualquier momento, y le ocurre a cualquiera, pero, cuando hay signos evidentes de haberse podido evitar…ya hablaríamos entonces de una mediocridad, de una desidia asesina.  Porque los panameños nos hemos acostumbrado a vivir en el borde de la suerte, apenas importándonos por los que nos rodean, hasta que los eventos nos afecten.  Y nos damos estúpidos golpes de pecho diciendo que “Dios es panameño”, cuando vivimos ignorando, todos, autoridades y pueblo, las medidas básicas de seguridad pública, salud, aseo etc. Cruzar por debajo de los puentes, manejar hablando por celular o chateando, ir sin el cinturón, caminar por las calles y no por las aceras, jugar a que los edificios se llenan de humo y hay que desalojarlos cada mes, conexiones brujas de gas que explotan en los edificios, carros de gas que explotan matando “a los menos”, jarabes tóxicos, bacterias nosocomiales súper resistentes, buses que se incendian.  Eventos catastróficos, que pudieron haber sido de mayor calaje.  Un pueblo inconsciente y una serie de autoridades mediocres que no fiscalizan y sólo aparecen para hacer pantalla o política.  Pésima combinación, una bomba de tiempo que bien podría convertirse en masacres a grandes escalas, diarias.  Pero, “Dios es panameño”…



Nuestro sistema social sólo protege a las víctimas, mientras los medios estén rodeándola.  Por eso los nuevos tribunales populares son los programas de televisión, que atienden quejosos.  Porque si no tienes influencia de algún tipo, nadie se entera, ni nadie hace nada por tu desgracia.  Porque el pueblo mira para un lado y las autoridades ni se dan por enteradas.  Un sistema social hipócrita y servil, en el que la clave del éxito es “Aguanta callado”.  Luego, ¿A quién le importa las víctimas? Si en nuestras escuelas se tilda de “sapo” al que denuncia una injusticia, o de “mariquita” al que se queja.  Acaso no estamos acostumbrados desde chicos a “aguantar callados”, ¿Luego, cómo demonios quejarnos de que todos los gobiernos que suben son represivos, abusadores, mediocres  y poco importa?  Si nosotros mismos prohijamos este tipo de actitud, de poca monta y menos cacumen, en la que enterramos vivas a las víctimas, y después de su muerte las lloramos hipócritamente en coro ¿????  Con un sistema social así, cómo pedirle a Dios que siga “siendo” panameño…

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