
Lo que pasó en ese río, bien pudo pasarnos en Panamá y aquí nadie
pregunta: ¿Están las potabilizadoras adecuadas para afrontar un caso de
intoxicación o envenenamiento semejante? El resto de los ciudadanos del
país sufre de lo que yo denomino el síndrome del jarabe tóxico.
Mientras se sepa a quiénes mata y en dónde mata, al resto nos importa un
carajo. Y el nivel de acción y reacción social, sólo se limita a
colectar agua en garrafones. ¡Vaya! Ha de ser que al pueblo sólo le
interesa Azuero para ir a carnavalear, y el resto del año, pues…no.
Todos enfocan la culpa y el tópico de la noticia, en el hecho de que
“algo se echó en el río”, pero nadie parece ver que la potabilizadora no
era lo suficientemente buena, para limpiar el agua de beber o bañarse
de los pobladores afectados. ¿Y qué si algo así pasa en Panamá, en la
capital? No que nos envenenen un río, sino que suelten algo en la
represa, que luego no puedan filtrar, y de un momento a otro borran gran
parte de nuestra población.
¿Habrá justicia? ¿Cómo podrá haber justicia, si ni siquiera se conoce la
verdad? Ahora la excusa es que el nuevo gobierno está recién instalado
etc. ¿Pero acaso podemos confiar en que ya instalados se sepa qué
ocurrió y cómo evitarlo a futuro? Es verdaderamente tentador limitarme a
pensar que sí, y entregarme a la pereza social disfrazada de tolerancia
que tanto nos caracteriza. Pero, la verdad es que siendo este pueblo,
uno tan lleno de gente inteligente como la que votó en las elecciones
pasadas, muy en el fondo todos sabemos que no habrá justicia. No de
ahora, sino desde hace mucho, y repito mucho tiempo atrás, no se puede
confiar en la justicia, y no sólo panameña, sino humana en términos
generales. Vivimos inmersos en un mundo corrupto e injusto, en el que
pareciera mejor ser una mala persona. ¿Sin embargo, cómo serlo si no
está en nuestra naturaleza? Quizás, por ser tan buenos, cedemos terreno
a esas fichas que terminan apoderándose de todo. Porque están tan
enfermos, que en su enfermedad ya no aspirar a curarse, sino a
enfermarnos a todos.
Por si no lo hemos visto aún, la corrupción es el tóxico que ha
envenenado al río de la vida panameña. Autoridades injustas, sucias e
inoperantes, son el principal síntoma de nuestra corrupción social.
¿Luego qué nos queda? Protegernos a nosotros mismos. Levantar una
sociedad más consciente, menos corrupta y mucho más solidaria, que en
lugar de volverse dependiente de la enfermedad (el sistema
político-gubernamental) se limpie, sane y se salve a sí misma de la
indolencia, la corrupción y de la injusticia.
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