
La salud es algo con lo que no se
puede jugar, pero tal parece que eso no lo saben muchos panameños, ni la
sociedad, ni peor aún nuestro gobierno.
Se
escuchan voces de traer extranjeros para desempeñarse en la salud pública, como
lo han hecho en algunos supermercados, pizzerías, y restaurantes.
Traer más extranjeros con aquel cuento de que
los panameños no estamos preparados, ni somos suficientes o somos vagos.
Pero repito, hablamos de salud!!!!
Hasta donde supe, Panamá tenía uno de los más
prestigiosos centros de estudio médicos en América latina. Por eso me surge la
duda: ¿Quién va a regular la entrada de estos profesionales a Panamá?
En medio de una crisis de salud, tras otra
crisis de salud, mencionando el asunto de la KPC y ahora lo de los neonatos ¿Nuestras
autoridades sanitarias podrán autorizar o vigilar el desempeño de estos
extranjeros en Panamá?
La lógica me dice
que no, porque todavía los centros públicos de salud parecen campos de
concentración. Los asegurados siguen quejándose de la falta de medicamentos,
los médicos de insumos, las enfermeras de que no se les paga bien.
Peor aún, con cada situación de salud
“inespecífica”, nuestros gobiernos siempre terminan recurriendo a los
organismos internacionales de salud, porque localmente no pueden resolver. ¿Bajo
tanto desparpajo e insuficiencia administrativa, podremos confiar en la
contratación y supervisión de mano de obra extranjera?

Por otro lado, también es cierto
que muchos panameños tienen esa extraña “actitud” de desapego para con su
propia salud.
Como si fuéramos a vivir
sanos y jóvenes el resto de la eternidad.
Como si la salud pudiera esperar.
Y al igual que con el resto de las cosas que dejamos a última hora, postergamos
nuestra salud hasta las últimas consecuencias.
Creyendo que vale más el último televisor o celular del mercado, que estar
sanos. Claro que en eso
también tendríamos
que considerar nuestro desgreño económico. Dado que muchos de nosotros vivimos
montados en deudas banales, confundiendo necesidades con lujos, bienestar con
placer etc.
La salud, dentro de aquella
lista de ítems, no goza de mucha prioridad.
Por eso cuando ocurren “los accidentes” o llega la vejez, sale demasiado
caro el arreglo o sencillamente nos convertimos en material de descarte.
Momento para el que sería excelente contar
con el mejor respaldo médico posible.
Pero no es así.
La contratación
extranjera de médicos, ni la ciudad hospitalaria van a cambiar el gran problema
de pensamiento y actitud que mantienen nuestras autoridades.
Ni mucho menos la “inteligencia social” al
respecto.
¿Qué tendríamos que hacer para
tomar en serio la salud pública? ¿Ponerla de moda, como al fútbol y los
partidos políticos?

Sin embargo, existe una macabra complicidad
que lucra de tanto “acomodo social e ineficiencia del gobierno” al no exigir
respeto en cuanto al tema. Seguimos
formando enormes filas para que nos digan simplemente “no hay”, y en lugar de ayudarnos, nos maltrate un “profesional”
al otro lado del escritorio, la camilla o la ventanilla. Y es tan sencillo como que, mientras peor sea
el sector de salud público, más lucrativo se vuelve el privado. Porque al final de cuentas la salud podría
postergarse, pero la muerte no. Tal
parece que existe un negocio público-privado manteniéndonos enfermos. Como el resto de los problemas sociales, dada
la inconsciencia colectiva ciudadana, se lucra eternamente de la enfermedad, no
así de la cura. Como los gobiernos
lucran directa o indirectamente de los problemas, no así de las
soluciones. En consecuencia, mantener un
panorama de salud mediocre para toda nuestra población, ha hecho a mucha gente
rica en este país, pero a muchísimos más eternamente enfermos. El carácter
empresarial que se le ha querido dar recientemente a algunas instancias de la
salud pública, es algo tan vacuo como costoso, complejo e improductivo. Desde sus autoridades, que muestran muy baja
sensibilidad social, hasta el resto ciudadano que no sabe (ni parece
interesarle) lo que significa la buena salud.